ALEJANDRO AGUIRRE GUERRERO / SE VALE LLORAR @aaguirre_g #MartesDeColumnas
Fue una terrible y escalofriante coincidencia. En varios lugares no habían pasado ni dos horas de los simulacros con motivo del terremoto del 85, cuando se nos vino encima el 2017. No hay tema que merezca más atención en este momento que el sismo de 7.1 en la escala de Richter.
Recordábamos apenas el 19 de septiembre de hace 32 años, cuando el suelo empezó a moverse de nuevo, con fuerza, haciéndonos sentir como si estuviéramos ubicados en esa fatídica fecha.
Que levante la mano aquel que no se sintió vulnerable y temeroso mientras el sismo transcurría. Que levante la mano aquel que no pensó de inmediato, durante esos eternos segundos, en su madre, padre, abuelos, o aquellos que tienen hijos estudiantes, en cómo estarían viviendo ese momento en sus respectivas escuelas, ¿estarían sanos y salvos?
¿Quién que no haya vivido el temblor de 1985, en alguno de los estados que lo sintieron, se remontó rápidamente a esa época? ¿quién no? En aquel tiempo no había redes sociales, y la única forma de enterarnos con inmediatez de lo que ocurría, eran la radio y televisión, la cual dejó de funcionar algunas horas después del movimiento telúrico.
Hoy, con las redes sociales y la convergencia mediática podemos vivir la desgracia a distancia en cuestión de segundos, viendo el video que alguien subió a la internet, y de ahí, otro, otro y otro, y más. Nos sacudimos al interior de un edificio sin estar en él físicamente, y quizá, podemos vivir un tramo de la angustia que experimenta quien graba.
La tragedia nos ha cimbrado a través de distintos fenómenos naturales “en poco tiempo, pero en varios estados”. Así, en un puñado de semanas, y casi concatenados, hemos sufrido huracanes, en distintas categorías, o tormentas tropicales, además de otro sismo apenas el pasado 7 de septiembre.
Sufrimos en Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Puebla, Estado de México, Tabasco, Morelos, Veracruz y CDMX. Han sido un par de meses donde pareciera que se juntan las desgracias para nuestro país, pero en cada una de esas pruebas sale a relucir, como siempre, la fuerza de los mexicanos. Se vale llorar, porque así como lloramos de tristeza por las muertes, también lo hacemos por las vidas que se salvan.
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