CIEN DÍAS DE MILAGROS INVISIBLES: CRÓNICAS DE UN PAÍS SIN MEDICAMENTOS #MartesDeColumnas @ectorjaime EN @eleconomista

COLUMNA, NACIONAL, POLÍTICA

“La realidad no tiene remedio, y el gobierno tampoco parece tenerlo” Carlos Monsiváis

En este país de maravillas y desconciertos, donde la realidad supera a la ficción más descabellada, me veo obligado a recurrir al realismo mágico para describir lo indescriptible. Ya no encuentro palabras en el lenguaje convencional para expresar lo que mis ojos atestiguan día tras día.

Desde la tribuna de San Lázaro hemos presentado datos técnicos con la precisión de un relojero suizo, hemos contrastado cifras económicas utilizando ábacos gigantes que flotan en el aire, e incluso hemos construido torres de cubos infantiles multicolores que se elevan hasta el cielo para ilustrar las cantidades astronómicas que se desvanecen sin dejar rastro.

Pero ni la Cuarta Transformación (o como yo la llamo, la Cuarta Transtornación) ni su prometido segundo piso parecen comprender la magnitud de su incomprensión. Es como si viviéramos en un mundo donde las leyes de la lógica se han disuelto en el aire, dejándonos flotando en un limbo de absurdos y contradicciones. Así pues, estimados lectores, me adentro en los dominios de lo mágico y lo surreal, esperando que quizás, en ese reino de lo imposible, encuentre las palabras para describir esta realidad que escapa a toda razón.

En la vasta y mística tierra de los primeros cien días del nuevo gobierno, una brisa cargada de promesas recorrió los corredores del poder. Desde el Zócalo de la Ciudad de México, palabras como “salud universal” (con la ausencia de “Salud como Dinamarca”) y “Farmacias del Bienestar” caían como confeti sobre una multitud que deseaba creer. Pero en los pasillos de los hospitales, en las esquinas polvorientas de las comunidades rurales y en los ojos cansados de los enfermos crónicos, el paisaje era otro: uno donde los milagros eran tan invisibles como el oxígeno en una sala de urgencias saturada.

La piedra angular de esta travesía fue un programa de salud titulado con esperanzas poéticas: “Salud Casa por Casa”. Diseñado para llevar la medicina a todas las personas mayores y con discapacidad quienes recibirán una visita mensual o bimensual, para atenderles y prevenir enfermedades en todos rincones olvidados del país. Su ambición quedó atrapada en las telarañas de la realidad presupuestaria. De los 9 billones 302,015.8 millones de pesos asignados en el Presupuesto de Egresos de la Federación y de 918 mil millones al sector salud, solo 2 mil millones fueron dirigidos a esta iniciativa. Así, las caravanas de esperanza eran pequeñas, dispersas y limitadas, como un eco de buenas intenciones que se pierde entre cerros y desiertos.

En las montañas de Chiapas, un promotor de salud caminaba horas para llegar a una comunidad. Traía consigo una caja de medicamentos: diez aspirinas, dos frascos de paracetamol y un paquete de gasas. Frente a una madre con un niño febril y un abuelo con una herida infectada, el promotor suspiró. En voz baja, murmuró un rezo, no por un milagro divino, sino por una entrega más consistente del sistema de abasto. Pero los milagros no llegaron, ni el niño, ni el abuelo, ni el promotor los vieron.

Mientras tanto, en Oaxaca y en el altiplano central, los hospitales generales eran escenarios de un realismo mágico macabro. Las camas vacías eran una ilusión: en realidad, estaban llenas de pacientes que no podían atenderse unos, y otros que no llegaban porque no había gasolina para las ambulancias. En el almacén del hospital, las estanterías vacías parecían contener una historia invisible. “No hay insulina, pero podría ofrecerte un té caliente y buena voluntad”, bromeó un profesional de la salud sonrrojado, mientras administraba los últimos mililitros de una solución salina que, en otro contexto, sería rutinaria.

El suministro de medicamentos, una columna vertebral del sistema, fue testigo de un colapso que los analistas describieron como “silencioso, pero devastador”. Desde Baja California hasta Quintana Roo, las farmacias hospitalarias reflejaban un patrón: estantes vacíos, recetas no surtidas, pacientes frustrados. La narrativa oficial, como un éter tranquilizador, habló de “la compra más grande la historia, reconfiguraciones logísticas y adaptaciones temporales”, pero los pacientes vieron solo esperas interminables y soluciones improvisadas.

En los pueblos donde la radio comunitaria es la voz colectiva, los lamentos se entretejieron con canciones rancheras. “La doctora no llegó hoy; dicen que no hay recursos para su traslado ni para sustituirla”, decía una anciana al aire. La comunidad, acostumbrada a los retos, organizó rifas para comprar combustible, mientras los niños aprendían a asociar salud con suerte y no con derechos.

El presupuesto per cápita para la salud en este periodo fue el más bajo en una década. Las cifras se incrustaron en los informes técnicos, pero sus consecuencias se sintieron en la carne viva de las personas. Una mujer con cáncer de mama, diagnosticada tardíamente, esperaba una quimioterapia que nunca llegó. La salud en sus manos eran las hierbas que crecen junto al río y el calor de las palabras de sus vecinos. “Me dijeron que el tratamiento es caro. Que mejor me encomiende… pero yo lo que quiero es vivir”, confesó a una reportera que viajó para documentar el caso.

En el otro extremo del espectro, los Institutos Nacionales como Cardiología y Hospitales de especialidades como el del Bajío, vivieron su propia tragedia. Las grandes promesas de tecnología y capacidad eran opacadas por una paradoja: equipos médicos de última generación languidecían sin mantenimiento ni operadores calificados o insumos esenciales. El hospital, que debía ser un faro de esperanza, se convirtió en un gigante dormido.

Los esfuerzos de la cuarta transtornación no carecieron de intención, pero si de mucha planeacion y operación interinstitucional que, a pesar de las limitaciones, hay quienes creen fervientemente en cambiar el rumbo. Sin embargo, las acciones carecieron de una orquestación coherente. Micro esfuerzos, micro victorias, micro milagros que se diluían en el maremágnum de los grandes problemas estructurales.

En el cierre de estos cien días, la Presidenta Claudia convocó a su Primer Informe (de muchos primeros que habrá). Habló de avances, de retos superados y de un “compromiso firme”. Pero entre las cifras y los discursos, el eco de las voces reales, las de los pacientes y médicos, contaba otra historia. Una donde los milagros no eran obra de políticas públicas, sino del ingenio y la resistencia de quienes se enfrentan cada día al vacío.

El realismo mágico, esa maravillosa herramienta literaria, encuentra su lugar en esta crónica de los primeros cien días. Pero aquí, la magia no está en los milagros visibles, sino en la lucha cotidiana de los invisibles. Esos que, millones de mexicanos, con un suspiro y una sonrisa forzada, siguen adelante en un país donde los medicamentos son tan escurridizos como las palabras que buscan justificar su ausencia.

* Éctor Jaime Ramírez Barba (www.ectorjaime.mx) es médico especialista en cirugía general, certificado en salud pública, doctorado en ciencias de la salud y en administración pública. Es Legislador y defensor de la salud pública de México, diputado reelecto del grupo parlamentario del PAN en la LXVI Legislatura.