DULCE MARIA SAURI RIANCHO: ESTADÍSTICAS Y DESIGUALDAD @DulceSauri #JuevesDeMasColumnas EN @DiariodeYucatan

COLUMNA, NACIONAL, POLÍTICA

Se dice, con razón, que sólo lo que se mide se puede corregir. Cada dos años se efectúa un levantamiento fundamental para entender lo que sucede en el espacio más cercano e íntimo como es el hogar y, asimismo, comprender la dinámica de la economía de millones de familias.

La Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto de los Hogares (Enigh), realizada por el Inegi, es una especie de termómetro social para evaluar los avances, abatir los rezagos y detectar las desviaciones de los objetivos anunciados profusamente por los distintos gobiernos. Se trata de distinguir entre propósitos y buenas intenciones y los verdaderos resultados en la vida cotidiana de las y los mexicanos.

“Numerito habla”, aunque lo que nos digan no le agrade al inquilino de Palacio. No se trata de hacerlo enojar para que lance sus rayos sobre quien se atreva a contradecirlo, sino de ayudar a encontrar aquellas zonas “grises” en que las políticas públicas para procurar el bienestar se han atorado.

Como desde el púlpito presidencial mañanero se ha encargado el presidente López Obrador de celebrar los logros, creo necesario plantear aquellos rezagos y desigualdades que la Enigh nos muestra, así como varios avisos que sus cifras lanzan para los próximos años.

Empecemos por la demografía. En México viven casi 130 millones de personas (128.8), tres cuartas partes residentes en localidades urbanas, en 37.6 millones de hogares, esto es, un promedio de 3.4 integrantes de cada uno de ellos.

Torturando las cifras, de cada 100 residentes en los hogares, 66 tienen entre 15 y 64 años; 25 son niñas y niños menores de 15 años y las y los adultos mayores representan 9 personas.

Comparando los datos de 2016, se registró una disminución del porcentaje de niñas y niños; en cambio, aumentó casi 17% el de personas de la “tercera edad”, muestra clara de la creciente importancia de los nacidos antes de 1958.

Primero, lo bueno. Ha aumentado el ingreso promedio de las familias, aunque medido en términos de poder adquisitivo, el avance ha sido magro.

Positivo es también que haya disminuido la brecha entre los más pobres y los más ricos (Coeficiente de Gini), pues ahora “sólo” los separan 15 escalones, en vez de 21 de hace algunos años. Traducido en lenguaje llano: aunque los más pobres siguen viviendo en condiciones extremas, los más ricos de México son un poquito menos ricos.

Las transferencias monetarias vía programas sociales crecieron ligeramente, pero bastante lejos de lo que pretende hacer creer el gobierno de la república.

La brecha salarial entre mujeres y hombres se profundizó: por cada peso que reciben ellos, las mujeres apenas alcanzamos 66 centavos. Eso sí, mientras mayor es el grado de escolaridad (maestrías y doctorados), la distancia de ingresos disminuye ligeramente.

Quienes tienen sólo educación primaria (completa o incompleta), si son mujeres, perciben un poco más de la mitad (57%) que los hombres con su mismo grado de estudios.

Si observamos las diferencias en el ingreso por grupo de edad, en todos ellos invariablemente es superior el de los hombres, pero esta brecha se hace más profunda entre las y los adultos mayores, pues por cada 100 pesos que ingresan los hombres de 65 años y más, las mujeres alcanzan apenas 57 pesos, poco más de la mitad.

¿Qué pasa entonces con las mujeres? ¿Por qué continúan rezagadas a pesar de las reformas de ley y las acciones afirmativas que se han aplicado? La explicación más directa se relaciona con las responsabilidades del cuidado en el seno de las familias que, casi en su totalidad, están a cargo de la parte femenina.

La Enigh correlaciona el ingreso promedio con el número de hijo/as, distinguiendo mujeres y hombres. En familias con cuatro hijo/as o más, la distancia de ingresos es considerable, pues por cada 100 pesos que los hombres obtienen, las mujeres solo perciben 43. Poco mejor les va a las madres de 3 hijos, ($46.7 por $100), mientras la brecha se reduce hasta alcanzar un mínimo para mujeres y hombres sin hijos ($79.1).

¿Cómo habrán incidido la desaparición del programa de Estancias Infantiles y de las Escuelas de Tiempo Completo en las mujeres que, de pronto, se quedaron sin poder darles atención y cuidado a sus hijo/as mientras ellas realizaban una actividad remunerada? Si a mayor escolaridad, menos distancia de ingreso, esto se debe a que las mujeres profesionales cuentan con recursos para contratar trabajadoras domésticas para realizar las tareas en sus hogares que ellas están imposibilitadas de efectuar.

En consecuencia, es posible afirmar que las mujeres más pobres, con menos educación formal y más hijos viven en una grave situación de desigualdad que ningún programa social ha considerado en su diseño e instrumentación. Y si además las mujeres pertenecen a alguno de los pueblos originarios, como el maya, y hablan su lengua, la diferencia de ingresos es aún más acentuada.

Recordemos también que, mientras más edad, mayor es la diferencia de ingresos entre mujeres y hombres. Se debe, sin duda, a que la mayoría de las mujeres carecen de pensión proveniente de sus aportaciones a la seguridad social. Y si la tienen, proviene principalmente de su condición de viudez.

¿Qué hacer frente a esta situación de desigualdad y discriminación que afecta principalísimamente a las mujeres? La respuesta se encuentra en el diseño y operación de un sistema nacional de cuidados, en el que la responsabilidad se comparta entre el Estado (léase gobierno) y la sociedad.

Habrá de ser una política de Estado, es decir, que logre ponerse por arriba de las disputas partidistas y electorales, que trascienda el plazo sexenal y se apreste a enfrentar el reto que representa el bienestar colectivo. A la urgencia de combatir la discriminación por ingresos, tenemos que añadir el crecimiento de la población de personas mayores de 65 años cuya atención y cuidado descansa fundamentalmente sobre las mujeres de las familias.

Por cierto, la Enigh calcula ingresos de los hogares que incluyen una estimación de alquiler de vivienda, esto es cuánto se pagaría de renta en caso de no ser propia. No sucede así con el trabajo doméstico no remunerado, que para efectos de la contabilidad nacional sí se registra a través de una cuenta especial.

¿Y si el Inegi desarrollara una forma para visibilizar la aportación del trabajo de cuidados en los ingresos y gastos de los hogares? En tiempos de no-campaña, las propuestas son fundamentales. Esta debe ser una de ellas.— Mérida, Yucatán.

dulcesauri@gmail.com

Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán