DULCE MARIA SAURI RIANCHO: OPOSICIONES PARTIDISTAS @DulceSauri #MartesDeColumnas EN @DiariodeYucatan

COLUMNA, NACIONAL, POLÍTICA

Su cruda realidad

Los votos de las urnas, cual poderoso bulldozer, nos arrollaron. Después de la sorpresa sobrevino el enojo. Ahora, lentamente, se abre paso una pregunta: ¿qué sigue? Antes de intentar una respuesta quisiera poner el 2 de junio en perspectiva numérica, sobre todo por lo que les comentaré al final de estas líneas. Votó el 61% del padrón nacional (en Yucatán, casi el 73%). Del total, la Dra. Claudia Sheinbaum recibió casi 36 millones de votos (35.9), que representó el 59,8% de la votación emitida. En tanto, la ingeniera Xóchitl Gálvez obtuvo 16.5 millones de votos, equivalente al 27.5% del total nacional. El candidato de MC, Jorge Álvarez Máynez cosechó 6.2 millones de sufragios, poco más del 10%.

Me voy a detener para identificar el “taxi” partidista que tomaron l@s votantes de la coalición Fuerza y Corazón x México pero, advierto, que existe alrededor de un 5% con distintas combinaciones (PAN-PRI, PAN-PRD, por ejemplo) que decidí omitir para no hacer más compleja la explicación. Vía PAN emitieron su voto casi10 millones a favor de Xóchitl Gálvez, equivalente al 58%. El “taxi” del PRI fue seleccionado por 5.7 millones de votantes, poco más de un tercio de la cosecha de la candidata opositora. Menos del 2% provino del PRD. Tiene  razón numérica Dante Delgado cuando afirmó que su partido, MC, obtuvo más votos que el PRI, casi 500 mil. Los tres partidos políticos que conformaron la coalición opositora perdieron votos en relación a 2018. Tanto fue el descenso que a uno, el PRD, ya le costó el registro al no haber logrado el mínimo del 3% en ninguna de las tres votaciones federales.

Sigo con Yucatán. En la elección presidencial le fue un poco mejor a la candidata opositora pues obtuvo el 30.4% del total, en tanto que la candidata oficialista logró el 60.7%. La participación yucateca fue otra vez ejemplo nacional: más de 10 puntos por encima del promedio, pues alcanzó el 72,7%.

La revisión de resultados de la elección presidencial de los 6 distritos en que está dividida nuestra geografía electoral es ilustrativa del deterioro experimentado por el partido gobernante -todavía- y por el que gobernó hasta 2018. En el distrito 1 con cabecera Valladolid, la votación a favor de Morena y sus aliados fue más del doble de la recibida por la coalición opositora (138,861 vs 63,278). Más  triste es que el PRI sólo aportó 16,700 votos, apenas un poco más de los que obtuvo el partido Verde en ese mismo distrito. En el II distrito, con cabecera Progreso, la diferencia es aún más acentuada, pues Claudia Sheinbaum recibió 164,707 votos frente a los 65,064 de Xóchitl Gálvez, de los cuales sólo el 27% provino del PRI. De los tres distritos de Mérida: III, IV, VI, la candidata de la coalición solo se impuso en el IV, con 106,928 votos a su favor, equivalente al 51.4%. En los otros dos, otrora territorio azul de la capital del estado, mostró la nueva mayoría de Morena, al cosechar 114,733 votos en el III y 112,122 en el VI.

El bajo rendimiento electoral del PRI se mostró con crudeza en la ciudad de Mérida- Fueron 7,900 votos en el III distrito; 8,718 en el IV (frente a más de 91 mil del PAN) y 5,859 en el VI. Números redondos: el “taxi” del PRI en los tres distritos de Mérida sólo fue seleccionado por 22,477 ciudadan@s. El distrito V, con cabecera Umán, fue el que registró la mayor votación a favor de la candidata oficialista,166,363 sufragios y donde el PAN recogió la cosecha más magra, 37,130, en la elección presidencial.

Las cifras anteriores hablan de la magnitud del problema que enfrentan las oposiciones partidistas después de este apabullante resultado electoral. Negarse a realizar una revisión crítica a nivel de entidad federativa y de distrito electoral equivale a meter la cabeza en un agujero esperando que pase la tormenta y, luego, sacarla para seguir como si nada hubiera sucedido. Lamentablemente esa parece ser la estrategia de las dirigencias nacionales del PRI y del PAN. Sin enfrentar esta realidad e intentar entenderla es imposible funcionar como la opción política que requiere el país.

En una vuelta de 180 grados, regresamos a los tiempos en que en cada elección el adversario era el régimen político. De ahí venimos, ahí hemos regresado por la voluntad de la mayoría. El PAN tiene mejores condiciones para retomar su papel histórico de oposición al régimen. Así nació en 1939, para oponerse al Estado de la revolución y a su partido, el PNR, abuelo del PRI. Tendrán salida si retoman la visión de largo plazo que demandaba la “brega de eternidad” a la que convocó Manuel Gómez Morín. Su partido supo tener la paciencia histórica y la constancia para penetrar en la sociedad autoritaria, comenzar a cosechar triunfos, primero en las ciudades y entre clases medias, hasta vencer al régimen del PRI y volverse gobierno en 2000. Ahora, de nuevo, la lucha política es contra un régimen, no solo entre partidos políticos que disputan un gobierno.

El caso del PRI es distinto. Su fundación se dio desde el poder, para garantizar su transmisión pacífica después del periodo sangriento de la Revolución. Como organización política cumplió y sostuvo al régimen surgido de la lucha revolucionaria por más de 70 años. Cuando recuperó la presidencia en 2012, el PRI no supo entender que su  retorno se daba en un entorno distinto y con un régimen político que había contribuido a transformar. En el ADN priista está el poder, pero no está dotado para luchar por él haciendo frente a un régimen político. En buena medida es la explicación de las “migraciones” de numerosos cuadros priistas hacia Morena. Es una especie de condicionamiento genético: fuera o lejos del poder no sobreviven. Y si además las formas de operación son semejantes a las de la “era de oro” del PRI, es fácil la transición hacia Morena.

Disminuido, lastimado por la escasa respuesta de la mayoría en la reciente elección, la actual dirigencia nacional del PRI está empeñada en culminar su obra depredadora con la convocatoria a una asamblea nacional en unos cuantos días, antes de haber realizado una evaluación crítica de lo acontecido y enfrentar, de una vez por todas, la pérdida de la confianza de millones de mexican@s, reduciendo al partido a su mínima expresión en toda su historia. Abusando del sectarismo que llevó al PRI a la situación crítica que hoy se encuentra, por grosero que resulte, se convoca a la renovación del PRI sin atender causas y razones que lo llevaron a la situación crítica en que se encuentra y, de paso, afectó a las fuerzas opositoras de la Coalición y de esta manera, a la democracia misma. El PRI de hoy, es parte del problema y si no reconsidera de manera radical su rumbo, no podrá ser parte de su solución. Me niego a considerar que la urgencia de una convocatoria a destiempo a una asamblea nacional responda al objetivo de modificar los Estatutos para hacer posible la reelección de la actual dirigencia, impedida por las normas vigentes.

Las oposiciones partidistas actuales: PAN, PRI, MC, tendrán que asumir la tarea de enfrentar al nuevo régimen político que ha surgido de las votaciones del 2 de junio pasado, si es que quieren seguir vigentes. Por un periodo quizá bastante prolongado, en cada uno de los procesos competirán no contra candidaturas de un partido, sino con la representación del régimen político, con las ventajas indebidas y los recursos suficientes para imponerse en las urnas. Ahora regresamos al punto de partida, pero en condiciones mucho más difíciles. Queda abierta la pregunta: ¿qué oposiciones necesita México para la lucha de largo plazo que se avecina?

Dulce María Sauri Riancho

dulcesauri@gmail.com