ENTRESEMANA/ ¿LO QUE EL AIRE A JUÁREZ, ANDRÉS MANUEL? @msanchezlimon #MartesDeColumnas
MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Ha sonado el timbre del enésimo escándalo para distraernos de la realidad nacional. Y todo por un número telefónico, primo hermano.
“Pero si el señor presidente amanece de mal humor con un tutupiche (perrilla) en el ánimo porque no le gustó una nota del New York Times, esto es lo que sucede”, acota Xóchitl Gálvez y no se apanica porque a su número le han llamado hasta para amenazarla de muerte y mentarle la madre.
Pero…
¿Y cómo le amaneció al licenciado presidente al inicio de semana?
–¡Buenos días! ¡Ánimo!, lo mejor es lo peor que se va a poner – advirtió Su Alteza Serenísima cuando irrumpió cual crooner en la mañanera de ayer lunes 26 de febrero.
Se regodeaba frente a la prensa, su prensa, la que considera buena, no como a los que llama integrantes del hampa del periodismo, es decir, los que no lo lisonjean ni aplauden sus puntadas salpicadas de la risita de Maléfica, la del espejo embrujado.
¡Ah, caray con el licenciado presidente!
Y se metió, muy a su estilo propagandístico, en la esgrima verbal y epistolar con la prensa extranjera. Le valió un pito divulgar un número telefónico privado y se alzó dueño de la verdad, la muñequita del pastel que atisba el compló en la puerta de Palacio.
Descalificó, primero, a Natalie Kitroeff, jefa de la oficina de corresponsales de The New York Times, porque le envió preguntas, parte elemental de un trabajo periodístico que requiere la opinión de la parte aludida.
Luego enfrentó y descalificó a Jessica Zermeño, corresponsal de Univisión. La llamó oficiosa y exagerada, todo porque le hizo saber que había incurrido en una ilegalidad al hacer público el número telefónico de Kitroeff.
Pero…
¿Usted ya se dio cuenta de que el licenciado López Obrador ha estirado la liga para llamar la atención respecto de esta delación del número privado, tanto que alcanzó casualmente hasta a la doctora Sheinbaum?
Sí, sí, en esa burda estrategia de la victimización y el protagonismo de la niña del pastel en la que es desenvuelve el Duce. Y si no, para que chingaos, se hizo el poder.
¡Ay! Los excesos que se cometen en nombre de la dizque defensa de la patria, cuando en realidad se utiliza ingenio de quien sabe para qué se inventó la propaganda, para desviar la atención y apisonar el terreno de la candidata oficial a la Presidencia de la República.
Mire usted.
El pasado viernes 23 de febrero andaba en Picachos, municipio de Concordia, Sinaloa cuando, sabiéndose dueño del poder absoluto que se le diluye en días, horas y minutos, recapituló de lo ocurrido en su affaire con The New York Times y, con el pecho henchido del oligarca omnipresente exclamó ante el respetable:
–¡Por eso! Me van a seguir haciendo lo que el viento a Juárez—exclamó Su Alteza Serenísima y contagió su optimismo a quien llama su hermano, el góber Rubén Rocha Moya, quien emocionado le pidió buscar una “curvita” en la ley para reelegirse.
Y todo el mundo sabe el sentido de aquella frase. Sí, todo el mundo, incluso los fanáticos y solovinos como suele llamar a sus seguidores, animalitos sumidos en la pobreza que no pueden sobrevivir sin su ayuda, la ayuda de tiempos electorales, de la compra del voto sin maquillaje.
Pero ya se va y se ha vuelto peligroso. Xóchitl Gálvez refiere que ya lo era.
Andrés Manuel cumple la pauta y acusa que, “¿no?, andan, pero con mucho miedo y enojadísimos, enojadísimos, y con la máxima del hampa del periodismo y del hampa de los delincuentes de cuello blanco, según la cual la calumnia, cuando no mancha, tizna. Nada más que eso puede aplicar en otros casos, cuando no hay principios, no hay ideales, pero yo siempre he hecho de mi vida una línea recta y lo que estimo más importante en mi vida es la honestidad, por eso me van a seguir haciendo lo que el viento a Juárez”.
¿Los periodistas andamos con miedo?
Usted quizá desconozca cómo ha procedido el licenciado presidente para deshacerse de la prensa que no le es afín, la que no lo pondera y eleva al rango de héroe contemporáneo de Benito Juárez y de Francisco I Madero.
Aunque, dígame lo contrario, lo único que ha evidenciado, en su ánimo de distraer a la opinión pública y dividir a los periodistas en buenos y malos y llamar injerencistas a los colegas extranjeros, es que en él no aplica la máxima: el que se ríe se lleva.
Tiene la piel delgada y se alza misógino y falaz. Miente como respira.
El pasado viernes 23 de febrero, la colega Jessica Zermeño, supo el tamaño de la misoginia de Su Alteza Serenísima, que afloró en ese ánimo de insultar a la prensa extranjera cuando lo que provocó fue esa suerte de búmeran que devolvió la infidencia del número de celular de la colega Kitroeff hacia su familia.
–¡Apá!, hicieron público mi número del celular y me llaman para insultarme—habría dicho el mayorcito de sus vástagos.
¿Andrés Manuel recomendó a su primogénito, como lo hizo con Natalie Kitroeff, que cambiara de número?
Jessica Zermeño, corresponsal de Univisión preguntó: ¿por qué lo hizo?
“Bueno, primero, ustedes, con todo respeto, quienes hacen un periodismo, diría faccioso, porque nada más se inclinan en favor de grupos de intereses creados, no hacen un periodismo para todos, están demasiado cercanos al poder económico y al poder político: Univisión, el New York Times, el Washington Post, el Financial Times, el Wall Street Journal; aquí el Reforma, que es el preferido del periodismo conservador o el más importante vocero del bloque conservador.
“A ustedes, con todo respeto, les da mucho por ver la viga o la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Ustedes se sienten bordados a mano, como una casta divina, privilegiada. Ustedes pueden calumniar impunemente, como lo han hecho con nosotros, como se hizo ayer, como lo dimos a conocer ayer, y no los puede uno tocar ni con el pétalo de una rosa”, respondió el licenciado presidente.
¡Recórcholis, Chucho Ramírez!
–El teléfono, el teléfono que dio a conocer es el teléfono personal (de Natalie)—recordó Jessica.
–Sí, sí. ¿Y qué pasa cuando esta periodista me está calumniando y me está acusando? —refirió Andrés Manuel.
–Sí, pero hay una ley que impide esto en este país, señor presidente—ilustró Jessica y le pegó en el meritito ego a López Obrador.
–Cómo no, cómo no. No, pero también la calumnia, me está vinculando a mí, a mi familia, con el narcotráfico, sin pruebas –resolvió el licenciado.
–¿Volvería a presentar un teléfono privado de uno de nosotros? —planteó Jessica
–Claro, claro, claro, cuando se trata de un asunto en donde está de por medio la dignidad del presidente de México.
–¿Y qué hacemos con la ley de transparencia, señor presidente?
–¡No!, por encima de esa ley está la autoridad moral, la autoridad política. Y yo represento a un país y represento a un pueblo que merece respeto, que no va a venir cualquiera —porque nosotros no somos delincuentes, tenemos autoridad moral— no va a venir cualquier gente que, porque es del New York Times y nos va a poner, nos va a sentar en el banquillo de los acusados (…).
¿Lo que el aire a Juárez? El licenciado sabe que el sexenio dura seis años y, al amanecer del 1 de octubre próximo la impunidad lo habrá abandonado. ¿A poco no, Drakko? Digo.
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