ENTRESEMANA / Mimetismo @msanchezlimon #MartesDeColumnas
MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Cuando Vicente Fox ganó la elección federal el domingo 2 de julio del año 2000, fue elemental que, en su equipo de campaña, el triunfalismo se desbordara en ese simple y sencillo ánimo de quien ganó una contienda, una jugada.
Pero, en la fuente, es decir, el grupo de periodistas asignado a la cobertura del periplo proselitista de Vicente, ocurrió el elemental mimetismo de asumirse triunfador de la mano del candidato victorioso. Hubo, en efecto, quienes ya se habían repartido cargos en las áreas de comunicación social de las dependencias públicas que estarían a cargo de los prohombres foxistas.
Periodistas, seducidos indudablemente por la encantadora de serpientes en que se convirtió Marta Sahagún, al grado de que cuando se casó con Fox hubo compañeras reporteras que se disputaron el ramo de flores. Y el papelazo de dos reporteros, uno de La Jornada y otro de El Universal, que se asumieron amigos y confidentes de la pareja imperial, al grado de que en la fuente se les conoció como Luxo y Mohawk, es decir, dos espléndidas alfombras.
Y mire usted, no es que rompa la máxima de perro no come perro, aplicable entre los periodistas que evitamos hacer cera y pabilo del vecino de enfrente. No, porque lo mismo ocurrió en tiempos del priismo hegemónico, cuando las coberturas de campañas electorales y ni qué decir de las de Presidente de la República, eran preciado escalón para ascender a cargos en el gobierno, pactar alianzas con políticos y hacerse de importantes recursos económicos vía publicidad y, por qué no decirlo, embutes que han sido de elemental acuerdo que sólo ofende a las buenas conciencias.
No es una regla general, porque no hay garantía de ello, pero en esas campañas se traban amistades o compadrazgos, pactos de sangre que luego se desconocen pero que sirven en esa cruzada en busca del voto y que requiere de los reporteros que nutren de la información básica y orientada, por usar un eufemismo, a los medios de comunicación, cuyos dueños tienen la sartén por el mango y el control que deriva en dineros.
Negar la existencia de esa relación entre el poder público y los medios de comunicación, es cerrar los ojos ante una realidad que, quiérase que no, se resume en la ley del mercado, en el que el de mayor influencia se lleva la mayor tajada, cuestión que se presume deberá ser regulada en próximos días en el Congreso de la Unión, por orden de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Pero estábamos en eso del mimetismo, de cómo en campaña los periodistas sufren el llamado Síndrome de Helsinki, que es un término inventado, acaso con una mala analogía del Síndrome de Estocolmo, éste que existe y se refiere a la relación afectiva generada de una víctima a su victimario.
Entre algunas de las alusiones al Síndrome de Helsinki, está la de vivir en la contradicción política de aceptar lo que nos hunde como sociedad y aun así llegar a favorecerlo y quizá hasta a amarlo.
Y, en efecto, sea inventado o no, dicho Síndrome es aplicable a los colegas que suelen renegar de la cobertura de ciertas campañas porque no simpatizan con el candidato, pero en el tránsito del proceso electoral se mimetizan al grado de ser unas alfombras que no dudan en negar y hasta desconocer amistadas, compadrazgos y acuerdos con otras fuerzas políticas a las que, en su momento, sirvieron en cobertura.
Este es el caso de las campañas electorales en proceso, en las que el mimetismo ha derivado en una grosera militancia que descalifica y denuesta a quien piensa diferente. Decir, en este momento en una importante franja de las redes sociales, que se apoya al candidato del PRI, José Antonio Meade Kuribreña, acarrea una cascada de agresiones epistolares que llevan al declarante al patíbulo de los apestados, calificándolos pagados por la mafia del poder.
No hay tolerancia. Es la guerra epistolar en las redes sociales que, por lo menos hasta este momento, se inclina a favor de quienes las inundan con agresiones a simpatizantes de otros partidos que no apoyan al suyo.
Y son avivadas, en buena parte, por periodistas que olvidaron el concepto de neutralidad en este tipo de tareas de cobertura de campaña, porque cayeron en el papel de voceros y medios de difusión del candidato con el que simpatizan.
Sí, cada quien es libre de simpatizar con el político que se quiera y militar en el partido que le venga en gana; inclusión y tolerancia van de la mano, sobre todo en cuestiones de la lucha por el poder, porque descalificar al que piensa diferente nunca será la vía de una sociedad moderna y propositiva.
La crítica constructiva se despoja del mimetismo cuando se nutre de las ideas diversas. ¿Quiénes son los Luxor y Mohawk de estos tiempos del voluntarismo y la promesa reciclada? Conste.
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