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COLUMNA, NACIONAL, POLÍTICA

El día de ayer, 4 de marzo, celebramos el nonagésimo aniversario de la fundación del Partido Nacional Revolucionario, la primera identidad política que asumió el Partido Revolucionario Institucional. Conocer su historia es una condición indispensable para comprender no sólo la situación y perspectivas del PRI, sino la compleja coyuntura de la elección federal de 2018, los avatares y obsesiones del nuevo gobierno y las perspectivas del sistema de partidos en su conjunto.

El PNR logró traducir el pacto constitucional en un programa de gobierno, en un orden social y en un aparato administrativo del Estado eficaz, donde el Banco de México es ejemplo de las instituciones públicas que han contribuido a dar estabilidad al desarrollo económico nacional.

El tránsito al Partido de la Revolución Mexicana (1938) supuso una portentosa obra de ingeniería social que explica la vigencia histórica de este modelo de organización hasta nuestros días y el papel que tuvo el PRM, convertido en PRI (1946), en el desarrollo político, el equilibrio de los factores de la producción y la extensión de las instituciones de previsión social.

Sin esta cimentación social y los cauces de representación política que ofrecieron el PRM y el PRI, hubiese sido imposible transitar a un país urbano, la primera industrialización y tres décadas del llamado desarrollo estabilizador y una fluida movilidad social.

Sin embargo, diversos brotes de inconformidad gremial y el movimiento estudiantil de 1968 fueron señales de que el bienestar era insuficiente y desigual y, sobre todo, de que la sociedad demandaba una representación plural, más libertades y derechos y mejor calidad en la vida democrática.

En las décadas siguientes sucedieron severas crisis económicas que mostraron que el gasto público irresponsable, la indisciplina fiscal, la estatización de algunas áreas del aparato productivo y los subsidios indiscriminados llevan a una espiral de pérdida de confianza, baja en la inversión productiva y estancamiento económico.

Para recuperar el ritmo de desarrollo económico y el bienestar social, a partir de 1986, los gobiernos priistas impulsaron una serie de reformas que transitaron por tres vías: la apertura comercial y la regulación de la competencia en los mercados; la ciudadanización de instancias constitucionales autónomas de regulación económica y electoral, y la ampliación de los programas sociales y del régimen de derechos humanos.

Como autor y heredero de esta obra de gobierno, con sus avances y claroscuros, desde la oposición, el PRI defiende la democracia constitucional, las libertades y derechos y la moral pública y denuncia el autoritarismo y el centralismo ante la regresión populista.

En lo interno, adoptamos los métodos democráticos como base de la renovación orgánica y generacional del PRI. Vamos a una elección abierta de la dirigencia nacional con el voto directo de la militancia, un padrón actualizado y la imparcialidad garantizada por el INE.

Nos preparamos para las elecciones locales de junio y con vistas a la elección intermedia de 2021 y la presidencial en 2024, con la fórmula que nos dio el triunfo reciente en Monterrey: buenos candidatos, estrategias atinadas, unidad interna, propuestas viables y contacto con la gente.

El PRI es una gran institución política, un partido vivo y unido, que gobierna en 12 entidades que representan un cuarto de la población nacional. El reto es consolidarse como un partido confiable, representativo, con nuevas formas de organización y comunicación y un proyecto responsable que sea la alternativa política que México necesita ante el populismo autoritario.

*Secretario general del CEN del PRI.

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