FERNANDO AGUIRRE RAMÍREZ / BRASIL A RITMO DE BOLSONARO #MartesDeColumnas @feraguirrermz

FERNANDO AGUIRRE RAMÍREZ, NACIONAL, POLÍTICA

El domingo pasado, los brasileños se fueron a dormir con emociones encontradas. Unos pensando que llegaba una nueva era de esperanza para su país; otros, creyendo que comenzaba um pesadelo em suas vidas (una pesadilla en sus vidas), y así se fueron a la cama, no sin antes gritar, desesperados, #EleNão (El no), rechazando de esta forma el irrefutable resultado que daba el Tribunal Superior Eleitoral de Brasil: Jair Bolsonaro, Presidente eleito.

Los ojos del mundo estuvieron atentos estas últimas semanas a la elección presidencial brasileña, que convocó a sufragar a más de 147 millones de personas, y que, desde el inicio de la campaña electoral, mostraba indicios de una encendida y acalorada polarización del electorado a raíz de la confrontación entre quienes, pese a los escándalos de corrupción, apoyaban al candidato de un mermado Partido de los Trabajadores (PT) y entre los simpatizantes del ultraderechista del Partido Social Liberal, Jair Bolsonaro, con todo y su retórica exabrupta, racista, misógina y homofóbica.

Para los brasileños no había opción. Las dos caras de la moneda representaban ir de un extremo al otro. La crisis económica que atraviesa ese país, los altos índices de inseguridad en los últimos años, aunado a los grandes casos de corrupción, como mensalão y lava jato, en los cuales se vieron envueltos el emblemático Lula da Silva y la primera mujer presidenta y destituida, Dilma Rousseff, hicieron un caldo de cultivo en el electorado, que, al igual que en México, se reflejó en un descontento y rechazo generalizado hacia la clase política tradicional, sobre todo aquellos ligados al PT, que los había gobernado por casi 15 años.

Todo este descontento lo supo leer y capitalizar muy bien Jair Bolsonaro, el Trump Brasileño o Tropical, que, al igual que el presidente americano, utilizó una especial retórica proselitista para venderse como su segundo nombre, Messias, el salvador y portavoz de un pueblo cansado de ser engañado y robado por los políticos. “Soy una amenaza para los corruptos”, declararía en uno de sus últimos videos de campaña.

Pero su discurso fue más allá de confrontar a la clase política brasileña, de la cual él formaba parte desde hace 27 años como diputado y que muchos analistas describen como intrascendente, Bolsonaro abrió varios frentes por sus polémicas declaraciones y propuestas, de ahora y de antaño, que sembraron entre la sociedad brasileña miedo, rabia y odio, pero, además, fomentaron la segregación y racismo hacia ciertos grupos minoritarios, quienes fueron culpados injustamente de los males que padece Brasil.

Mostrar un carácter autoritario e intransigente, emulando al mismo Donald Trump, sugerir el rearmamento civil y defender la dictadura militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985, además de validar hechos de tortura y barbarie, no fueron suficientes para frenar en la primera y segunda vuelta electoral, que Bolsonaro ganara ambas jornadas, en esta última con casi 58 millones de votos contra 47 millones de su más acérrimo contrincante, Fernando Haddad, del PT. El resto de los votantes anuló de alguna forma su voto, además de presentarse un gran porcentaje de abstencionismo, con lo cual el rechazo a cualquiera de estas opciones fue considerable.

La lista de damnificados, luego del resultado de esta elección, es larga, y más allá de los petistas y comunistas, hay grupos ambientalistas, feministas, movimientos LGBT, defensores de derechos humanos, pueblos indígenas, entre otros, que quizás les cueste conciliar con el nuevo gobierno y olvidar frases como: “Preferiría que un hijo se muriera en un accidente a tener un hijo homosexual”, “El error de la dictadura fue torturar y no matar, deberían haber fusilado por lo menos a 30 mil personas, empezando por el presidente (Fernando Henrique Cardoso)”, “Fui a Quilombola… los afrodescendientes no hacen nada…me parece que ya no sirven ni para procrear”.

El primero de enero de 2019, Jair Bolsonaro tomará posesión como Presidente, de ahí en adelante gobernará a los brasileños por cuatro años, dejemos al tiempo constatar si el tono agresivo de sus palabras y propuestas lo dejó en la campaña electoral, conciliando, así, a la ahora fragmentada sociedad brasileña o realmente será el extremo derechista del cual los pobres de Brasil van a confirmar sus palabras: “El pobre sólo tiene una utilidad en nuestro país: votar”.

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