FERNANDO AGUIRRE RAMÍREZ / CRISTINA LIBRE #Domingueando @feraguirrermz EN @Excelsior

COLUMNA, NACIONAL, POLÍTICA

Mientras llega el día en que la veamos en prisión o se defina si es un arresto domiciliario, Cristina, en su calidad de mártir, le imprime ese dramatismo que tanto gusta a los populistas y emula bien a la emblemática Eva Perón con esas salidas al balcón de su domicilio para saludar a un pueblo “bueno” que se mantiene en vigilia, ora por ella, la aclama y sufre por su condena.

Casi tres décadas en el escenario político de Argentina, le han valido para ser una figura relevante en la historia de este país, a pesar de sus claroscuros. Odiada, pero también aclamada por organizaciones sociales, sindicatos, la militancia peronista y mayoritariamente una clase media-baja, Cristina Fernández de Kirchner está en el ojo del huracán tras haber sido declarada culpable por la Corte Suprema de su país por el delito de administración fraudulenta en perjuicio del Estado.

No es la primera vez que un expresidente argentino es alcanzado por la justicia, pero pocos han sido de la talla de Cristina Fernández, quien se había perpetuado y escabullido de las manos de sus enemigos para seguir, en pleno 2025 y con más de 70 años, muy vigorosa y presente en la política interna de Argentina, provocando lo que tanto parece gustarle: generar controversia y levantar pasiones.

El fallo de la Corte Suprema es, por ahora, un duro golpe que no sólo la condena a seis años de prisión, sino también la inhabilita políticamente a perpetuidad, es decir, ya no podrá ser candidata ni funcionaria pública. Fue un traje hecho a la medida para el presidente, Javier Milei, pues la actual líder del Partido Justicialista (PJ), es la figura más fuerte de la oposición al gobierno mileista.

Esta condena hizo trizas su anunciado regreso a la carrera electoral con la que buscaba estar de vuelta en la legislatura bonaerense, y pocas son las cartas que tiene en mano para volver a la escena política, ya sea un indulto de su archienemigo Milei o llevar su caso hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Lo segundo será quizás lo más viable. Y que decir del golpe que recibió su Partido Justicialista, pues ya sin su líder, tendrán que plantearse en tan sólo unas semanas una nueva estrategia de cara a los comicios del próximo 7 de septiembre, y no profundizar sus divisiones entre los militantes intendentes peronistas y la organización la Cámpora.

Aún y cuando el PJ está viviendo un momento de crisis, tienen a su vez una oportunidad histórica para capitalizar todo el apoyo social y político que se organiza y vuelca en favor de Cristina Fernández. Las manifestaciones de organizaciones sociales, sindicales y otros colectivos antimileistas se prevé que se intensifiquen en los próximos días y hasta la entrega a las autoridades será un circo bien orquestado al que le sacarán el mayor provecho posible.

Mientras llega el día en que la veamos en prisión o se defina si es un arresto domiciliario, Cristina, en su calidad de mártir, le imprime ese dramatismo que tanto gusta a los populistas y emula bien a la emblemática Eva Perón, con esas salidas al balcón de su domicilio para saludar a un pueblo “bueno” que se mantiene en vigilia, ora por ella, la aclama y sufre por su condena. El “no llores por mi Argentina” fue sustituido por sus seguidores a “Cristina libre”.

Su detención nos transporta invariablemente a las condenas que han vivido otros líderes de la región como Lula da Silva y Evo Morales. Los tres han jugado ese rol de patriarcas y matriarcas de movimientos fuertes en sus países que les ha permitido construir su imagen política como salvadores del pueblo y víctimas del “lawfare”, fórmula que replican también con éxito y pregonan otros presidentes progresistas de la región.

Envuelta y acostumbrada al escándalo desde hace mucho, Cristina sabe que en política nada está escrito. No nos sorprendería que en unos años se disipen los negros nubarrones que hoy se ciernen sobre ella y regrese una vez más, fuerte y combativa, a la Casa Rosada. Ese storytelling ya lo conocemos.