FERNANDO AGUIRRE RAMÍREZ / LA RESACA DE LA GUELAGUETZA #Domingueando @feraguirrermz
Hurgando en los recuerdos de la infancia, tengo claro que asistir al Auditorio Guelaguetza para presenciar la “máxima fiesta de los oaxaqueños”, en los años noventa, era una proeza. Para quienes acudíamos a los palcos gratuitos C y D, abiertos al público en general, se debía llegar con suficiente antelación, es decir, entre las 5 o 6 de la mañana, para poder alcanzar acceso al evento que comenzaba en punto de las 10 horas. Con la cantidad de gente que asistía, conseguirlo, insisto, era una hazaña. Hoy ya no es así.
¿Dónde quedó la emoción de los oaxaqueños por asistir y abarrotar la Rotonda de las Azucenas? Con cierta pena, constaté que ya iniciada la presentación matutina del pasado 17 de julio, apenas si se tenía lleno uno de los palcos gratuitos y, seguramente, se tuvo que recurrir al clásico acarreo masivo para que a mitad del evento se percibiera un escenario completo que tiene capacidad para alrededor de 11 mil almas. No sería la primera vez que sucede esto, de unos años para acá, ha sido la constante.
El conflicto magisterial de 2006 de la Sección 22 de la CNTE con el gobierno del priista Ulises Ruiz fue uno de los primeros golpes al fervor, casi religioso, de asistir a la Guelaguetza en el Cerro del Fortín. Pues no obstante que ese año se canceló, en lo subsecuente la fiesta se partió en dos: la denominada para “los ricos”, organizada por un Comité de Autenticidad con el apoyo del gobierno estatal y, supuestamente para satisfacer sólo al turismo; y la de “los pobres”, creada por la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) con apoyo del gremio sindical y considerada la “verdadera” fiesta del pueblo.
Ambas conviven hasta la fecha, y se disputan al público. Sería difícil decir, cuál de ellas es la más auténtica, porque las dos son representadas por grupos étnicos originales, sólo que en una se presentan quienes son formados, casi siempre, en las Casas de la Cultura y en la otra se presentan maestros nativos de la región. Por supuesto que los participantes son herederos de la cultura y tradiciones persistentes en sus poblaciones, pero el apoyo gubernamental hace la diferencia.
Sin embargo, ahora que gobiernan los que antes se decían pobres y del pueblo, en qué narrativa encaja la existencia de la “Guelaguetza Popular”, respecto de la que encabezan ahora como nuevas autoridades. Quizás ahora se justifiquen diciendo que es magisterial.
A esta incisión, hay que sumarle que en torno a la Guelaguetza se han sumado más “guelaguetzas” por doquier, sobre todo en los municipios cercanos a la capital oaxaqueña, y que la creación de innumerables actividades y celebraciones dan la impresión de que se persigue más una explotación comercial que realmente preservar una celebración tradicional, que justamente esa es su esencia principal.
La Guelaguetza es, por sí sola, una fiesta que atrae e inunda de color, algarabía, música y danzas las calles de la otrora Verde Antequera. Pero más allá de la promoción turística, se debería promover entre la sociedad oaxaqueña y, marcadamente, en las nuevas generaciones, el que asistan y la hagan suya, no dejarla a merced del mercantilismo.
Como cada año, acudo puntualmente en julio a mi tierra natal, a nutrir el alma. Qué placer me causa estar en Oaxaca, con todo y sus defectos, porque nunca me cansaré de entonar Canción mixteca ni la Sandunga o Llorona del Istmo de Tehuantepec; reír con las coplas de los costeños de Pinotepa Nacional y Pochutla; apreciar el misticismo de la Sierra Norte con los mixes, incluida la región de la Cañada; emocionarme con “flor de piña” y deslumbrarme con la feria de colores del atavío regional tuxtepecano; qué decir del carnaval putleco y los sones miahuatecos y soltecos y, por supuesto, el Llévame oaxaqueña junto con el jarabe del valle de las chinas oaxaqueñas. Eso es Oaxaca.