FERNANDO AGUIRRE RAMÍREZ / NOBOA, EL CALDERÓN ECUATORIANO #MartesDeColumnas @feraguirrermz EN @Excelsior
El pasado martes, Ecuador estuvo en el ojo del huracán a nivel mundial. En un abrir y cerrar de ojos, aquel país andino que se ha caracterizado por vivir relativamente “en calma”, despertó de una manera violenta para mostrarnos el horror que vive bajo el asedio del crimen organizado, hoy en su máxima expresión.
Lo que empezaban a reportar medios de comunicación y redes sociales resulta bastante similar a lo que día a día padecemos en distintos puntos de nuestro país, que nos afecta y nos duele, de ahí que resulte entendible el hastío popular y comprensible la urgencia de actuar por parte del gobierno ecuatoriano, para ponerle un alto a los grupos criminales.
El recién estrenado presidente, Daniel Noboa, inició prácticamente su gobierno emitiendo un decreto ejecutivo el 8 de enero para imponer un Estado de excepción en el país y, al día siguiente, adicionó el mismo, reconociendo la existencia de un conflicto armado interno en el que identificó a más de 20 grupos del crimen organizado locales con nexos internacionales y ordenó a las Fuerzas Armadas de ese país a neutralizar a los que tildó de “terroristas”.
Con tan sólo seis semanas en el poder, el presidente ecuatoriano decidió lanzarse a la guerra contra estos grupos, lo que inevitablemente nos trae a la memoria lo que sucedió en México en diciembre 2006, cuando el expresidente Felipe Calderón, a sólo días de llegar a la Presidencia, inició el Operativo Conjunto Michoacán que marcó el inicio de la guerra contra los carteles mexicanos.
La celeridad con la que fueron implementadas las acciones en Ecuador, indiscutiblemente necesarias, pone en duda si fueron decisiones tomadas al vapor o si van acompañadas de una estrategia y políticas públicas que consoliden el Estado de derecho. En el caso mexicano, fue evidente que se hizo a la “ahí se va” y que, aunque respondía a una necesidad urgente y genuina de ponerle freno a la violencia impuesta por los criminales, también había un trasfondo político, en el que Calderón buscó legitimarse en el poder luego de una elección muy cuestionada.
En México, la guerra contra el narcotráfico durante el sexenio calderonista ha sido calificada como de un rotundo fracaso. En el colectivo social ha permeado el adjetivo de una “guerra fallida” con más de 121 mil homicidios en ese periodo y que seguimos padeciendo hasta nuestros días. Por supuesto que, las cosas no han sido mejor desde entonces, la política de abrazos, no balazos, tampoco ha rendido frutos y el tema de la inseguridad sigue siendo un impasse.
El presidente ecuatoriano corre el riesgo de bañar de sangre sus próximos cuatro años de gobierno, sí la guerra emprendida contra los terroristas no va de la mano de una estrategia integral y plenamente planificada, además de una corresponsabilidad internacional, porque nos guste o no, en el tema de la delincuencia organizada por narcotráfico hay países que ponen las drogas y los muertos; y otros, las armas y el dinero.
El gobierno noboista debe verse en el espejo de los varios ejemplos regionales a su alrededor que padecen este flagelo. Tomar de ellos las acciones rescatables y evitar los grandes desaciertos, que conlleven sobre todo a la pérdida de vidas humanas. No se trata de replicar tal cual historias de éxito de otros países, como el caso de Bukele en El Salvador, o como fue en su momento Colombia. La problemática en cada país tiene sus propias particularidades que van desde los orígenes, la complejidad, sus límites y alcances.
El Guayaquilazo de Ecuador lastima. Esos carros quemados, secuestros, tiroteos, saqueos, etcétera, transportaron a más de un mexicano al caso Tlatlaya, Ayotzinapa, la Huacana, el Culiacanazo de 2019, Lagos de Moreno y Salvatierra en 2023, entre muchos más.