GORDA LA GRANDE #JuevesDeMasColumnas @escdesenoritas

COLUMNA, NACIONAL, POLÍTICA

Fabiola Díaz de León Escuela de Señoritas

En la imagen José Antonio Alcaraz, 5 de diciembre de 1938 – 1o de octubre de 2001.

José Antonio fue mi madre, así me adoptó. No fui hija única, tuve muchas hermanas, la mayoría hombres, pero hermanas. Con él nací en el mundo gay, en la sociedad de enfrente. En los que no éramos como los demás. Con él aprendí a jotear como princesa. El era La Gorda Alcaraz. Músico, musicólogo, cronista, crítico, compositor, dramaturgo, director, actor, musicalizador, cineasta, guionista, bueno ¿qué no fue mi madre? Lo que nunca fue fue hipócrita, lo que le valió el odio de muuuuucha gente. El decía lo que pensaba brutalmente y a la cara. No se andaba con ruedos ni tapujos. Decía que la relación con su mamá fue tan mala que el día que ella murió él soñó que podía volar. Hablaba idiomas como calzones se cambiaba diario inglés, francés, alemán, italiano, español. El decía que a él no le gustaban los hombres, le gustaban los jotos. Que de hombres no sabía. Su pasatiempo favorito era, como pueden verlo en la foto, comer. Iba de restaurant en restaurant, de café en café, de cena en cena. Ah y también recorrer insurgentes de noche para piropear a todos los chichifos que había en sus aceras, que nunca fueron pocos. Nunca manejó. Fue un maestro maravilloso. Si pusiera aquí todo lo que me enseñó a mí y a todos escribiría una enciclopedia. Dos de sus clases eran su gran orgullo: Kafka y Proust. Por una recomendación suya obtuve mi primer empleo en la desaparecida revista Tiempo bajo la también asombrosa y gran Pilar Orraca Noriega.

He contado con muchos mentores maravillosos, dos de ellos ya los mencioné, pero el pilar en el que se ha recargado toda mi personalidad adulta sin duda fue José Antonio Alcaraz, Gorda la Grande. Hoy cumpliría 81 años y celebro su cumpleaños porque pasan los años por decenas y mi amor, admiración y agradecimiento no decrecen. Por el contrario,  aumentan. El me enseñó a amar el teatro haciéndolo, porque mi madre biológica y a quien le debo todavía más en la vida, Hellen Hernández, me enseñó a amar el teatro desde niña. No pasaba una semana sin ir a ver algo. Pero José Antonio me enseñó a hacerle el amor al teatro desde adentro, como se hace el amor. Con él aprendí de música, de ópera, de orquestas, de coros, de instrumentos, de cultura, de literatura y si los deseos se nos concedieran como en los cuentos e historias desearía que toda la humanidad tuviera un José Antonio Alcaraz como el que yo tuve mientras lo tuve. Porque todo en esta vida dura lo que dura. Pero en lo que me duró me dejó tanto conocimiento, tanto afecto, tanta risa, tanto gozo que no se me van a agotar nunca. Y no crean que iba por la vida de bueno, todo lo contrario, José Antonio gozaba siendo terrible, ácido, cáustico, y eso era su máximo talento. Era terrible mi madre en toda la expresión de la palabra. El terrible José Antonio reciba este humilde homenaje y agradecimiento perenne a las estrellas donde está gozando de la música estelar para toda la eternidad gracias a la magia del internet y sus satélites. Hasta donde estés todo mi amor siempre Madre Gorda la Grande.