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COLUMNA, NACIONAL, POLÍTICA

Se ha vuelto común hablar a nombre del pueblo. Me refiero a Andrés Manuel López Obrador y en fechas recientes a Carlos Loret de Mola.

Se ha vuelto común hablar a nombre del pueblo. Me refiero a Andrés Manuel López Obrador y en fechas recientes a Carlos Loret de Mola. Curiosamente hoy ambos se envuelven en la bandera mexicana y afirman que el otro es el traidor. Hablan de principios y de valores democráticos. Claro, Loret que es visible, defendiendo a los intereses invisibles, más inteligentes, más adinerados y muy dolidos. La semana pasada los identifiqué parcialmente alrededor de Claudio X. González. Pero por el otro lado, tenemos a un presidente verdaderamente desquiciado, completamente enloquecido contra todo lo que representa Loret. Porque a nadie debiera sorprender que Loret (con el respeto y reconocimiento que le tengo) no es solo Loret, y hoy pareciera que no solo los reales intereses se agruparon en torno a él, sino también aquellos que no encuentran en los partidos políticos de oposición una verdadera representación.

El estado actual de la Nación es verdaderamente preocupante, cuando tenemos a estos dos bandos que hablan en nombre y representación del pueblo, ahora resulta. Recuerdo al respecto, el famoso término conocido como organschaft de Max Weber, la representación de Hobbes, o la de Voegelin. En la primera se considera que la representación es existente cuando los actos de uno o varios son imputados al resto y sus efectos son vinculantes, pase lo que pase, sea el contenido que fuere; en la segunda no existe algo como bueno o malo en la representación, simplemente es o no es, una vez que se le otorgó el poder de hacerlo; y la tercera, en la que no basta la autorización, sino que debe de responder además al espíritu del pueblo.

El Presidente atiende al estilo Hobbesiano y pretende justificarlo bajo Voegelin, aunque no sea cierto. Loret, de manera desparpajada hoy pretende tener una representación por ser defendido por los barones del dinero, es decir una nueva clase de representación, que además pareciera que una parte de la sociedad se siente cómoda con este escenario que jurídica y políticamente es verdaderamente peligroso, por hacer a un lado toda institución formal. Esto definitivamente es el ocaso de la representación y el riesgo latente de una especie de jungla política y normativa.

En el fondo este debate como sociedad y como ciudadanos nos golpea, porque pocas cosas hay más peligrosas que un imperio que persigue su propio interés con la creencia absoluta de que le está haciendo un favor a la humanidad. La abrumadora neo lengua que se ha apoderado del país durante los últimos tres años indica la ausencia de política real. López Obrador no hace política sino teatro. Lo único que cuenta es el poder abrumador del presidencialismo. Lo entendemos y lo reconocemos. Hemos insistido que en dos años esto termina y como todo en la vida, evolucionará, para bien o para mal.

 

Pero que el imperio privado, ciertamente haya decidido retomar sus privilegios a costa de los mexicanos, es igual o peor. Las alternativas que nos presentan son iguales. Sin embargo, el Presidente de la República jamás debió haber entrado en ese debate, por respeto a la investidura, a sí mismo, y por respeto a los mexicanos (si es que sabe lo que esto significa). Qué haya caído en el juego de los mismos de siempre es un error, el más grave de todos, incluso más reprobable que la McMansion como le dicen los norteamericanos (en referencia a McDonalds), a las casas del estilo de las que ahora acostumbra habitar José Ramón López Beltrán en Houston, que son baratas, de mal gusto, que pretenden aparentar ser de clase alta, y que se construyen por cientos de miles.

Por otro lado ese falso sentimiento que pudiéramos tener presente en el que decidimos apoyar a uno o a otro es muy primitivo y ciertamente muy fuerte, porque apela a nuestras emociones inmediatas, y a nuestros complejos más profundos. Estar de un lado y apoyar a uno u a otro, resulta altamente riesgoso, ya lo vivimos en el 2018. En ese entonces sabíamos que quien podía llegar a ocupar la Presidencia de la República era Andrés Manuel. Hoy, no sabemos que clase de demonio puede aprovecharse de un escenario tan dividido y polarizado para llegar a ocupar ese cargo.

Me niego a caer en esa trampa, porque ambos están para llorar. He venido insistiendo en múltiples ocasiones. Los mexicanos nos merecemos algo mejor, sobretodo, algo que desarrolle institucionalmente y de certidumbre y rumbo al país. Porque esto que estamos viendo, definitivamente, no lo es.

Y no es pregunta.

POR MARTHA GUTIÉRREZ
ANALISTA EN COMUNICACIÓN POLÍTICA
@MARTHAGTZ