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NACIONAL

Fabiola Díaz de León Escuela de Señoritas @escdesenoritas

José Ángel, el menor que ha cobrado la triste fama de haber cometido el primer tiroteo en una escuela mexicana en Torreón los pasados días en el que asesinó a su maestra e hirió a varios compañeros con dos pistolas de su abuelo, José Ángel Ramos, para después darse un tiro en la frente y acabar con su trágica infancia nos pone el dedo en la llaga a todos los que vivimos este narcoestado que llamamos México. En la foto lo vemos con sus papás. José Ángel Ramos, “El Pollo Ramos” y Yezmine. Su madre y su abuela materna fueron asesinadas. Sus abuelos y su padre, encarcelado en EU hasta fines del año pasado. José Ángel tenía 11 años, nació durante el sexenio de Felipe Calderón y está de más detallar que por su corta edad es un niño creció durante la infame Guerra Contra el Narcotráfico.

Como él, millones de niños que a partir del 11 de diciembre de 2006 y hasta apenas hace un año, comparten este marco histórico en nuestra nación. Abuelo y padre dedicados a amasar una fortuna de arriba de los 5 millones de dólares tras una supuesta empresa dedicada a servir banquetes y que más bien es una simple tapadera al tráfico de metanfetamina. Sin duda el negocio familiar deja dinero, pero la tragedia en el Colegio Cervantes cuesta más que eso. Las vidas del niño y la maestra, la cárcel para los abuelos, él por ser el propietario de las armas, ella por lavado de dinero y ambos asociados al crimen organizado, el escarnio público. La vergüenza nacional que debemos compartir todos al participar de un mercado económico fundamentado en el crimen y que nos hace copartícipes de que un niño de apenas 11 años no solo haya tomado una vida sino acabado con la suya de una forma tan brutal.

La sangre de este niño queda salpicada en todos nosotros por vivir una narco cultura que ha permeado hasta la médula nuestra sociedad. Nadie nos salvamos. Tenemos décadas, casi medio siglo, de haberla permitido, alimentado y consolidado al grado tal que no tenemos forma de salir de ella.

No son una familia diferente a las nuestras. Desde empresarios de cuello blanco hasta narcomenudistas pasando por clientes de todo tipo de servicios: restaurantes, bares, discotecas, supermercados, inmobiliarias, iglesias, escuelas, universidades, campesinos, ganaderos, industriales, transportistas, coyotes, proxenetas, secuestradores, rateros, extorsionadores… todos formamos parte de nuestra narco economía. Los consumidores de drogas solo son los más obvios y culpables directos, pero los comerciantes que mantienen a los que les cobran derecho de piso. Los trabajadores de todas las empresas antes mencionadas que honradamente viven de su oficio, los sicarios, los tratantes, los hoteleros, los turistas, la industria automotriz, la industria armamentista, la industria de comunicaciones, los medios, la prensa, las productoras, las autoridades, los funcionarios, los políticos, nadie estamos exentos de culpa. En la historia de José Ángel todos somos culpables por haber permitido que su generación, las anteriores y las que vienen, lleguen a un mundo donde el único valor es el dinero y la ley del más fuerte. A un país que le vendió su alma al diablo por unos dólares a costa de la vida de sus hijos e hijas. Es realmente triste que viendo un caso así, y es viendo sólo uno, podamos sentirnos libres de culpa y justificar todo señalando a los malos. No mis queridos lectores, en este caso, todos somos malos. Si quieren culpables solo sientan su propia ambición y prioridades que les dan una permisividad enferma a lograr sus satisfactores sin considerar las consecuencias hacia nada ni nadie. Su propia indolencia ante participar de una sociedad que sacrifica a sus niños sometiéndolos a lo que vemos a diario en las noticias. No nos alcanza el agua de la nación para lavarnos la sangre de José Ángel de nuestras manos como país.