LA VIOLENCIA MACHISTA DEL SECTOR MILITAR @ethelriq #Domingueando EN Crónica
El movimiento social por la justicia y la seguridad de las mujeres avanza y ya logró mover unos centímetros la pesada loza que oculta los niveles de violencia y agresión contra las mujeres dentro de las Fuerzas Armadas mexicanas. Desde hostigamiento, acoso, ultraje y hasta feminicidio que se quedaban en la omisión o el burocratismo, han terminado por ser admitidos e informados por la jerarquía castrense en la medida que los casos son cada vez más recurrentes y las carpetas visibles en los ministerios públicos del fuero civil.
Lo que pasa en las filas militares contra ellas, o los hechos de violencia y crímenes donde ellos son responsables, no puede más pasar desapercibido y la Secretaría de la Defensa Nacional ha tomado la atinada decisión de hacerlos visibles.
Justo después del secuestro y asesinato de la niña Fátima, la Secretaría de la Defensa Nacional, en un acto inédito, informó sobre el secuestro y asesinato de la joven de 21 años, Yunitci Dayana Espinosa, enrolada como personal militar en la Base Aérea de Santa Lucía y quien desapareció el 14 de febrero y ese mismo Día del Amor y la Amistad murió a manos del piloto aviador de la Fuerza Aérea, Kevin Alfredo “N”, con quien sostenía una relación de dos años. El usó el arma de cargo prestada por un compañero y durante varios días engañó a la familia con buscarla, hasta que personal de investigación militar localizó ropa, cobijas, teléfono y otros artículos que lo inculparon innegablemente.
En abril del 2019, dos capitanes del Ejército Mexicano fueron arrestados por el asesinato de la soldada de 26 años, Brenda Orquídea Matuz Chacón, cerca de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Los tres formaban parte de una patrulla de inspección y durante un lapso de descanso en que salieron a comer juntos, los dos hombres insistieron en tener relaciones sexuales con ella. La mataron por negarse.
En esa misma fecha, una pareja de soldados acordaba secuestrar a una menor de edad oriunda de Guerrero; y las denuncias por despidos, hostigamiento, acoso, cargas excesivas de trabajo y otras se acumulaban en la Unidad de Género de las Fuerzas Armadas.
A finales de enero pasado, el soldado Alejandro Sánchez, elemento asignado en Monterrey, asesinó a su pareja de un balazo con un rifle de cargo. Los hechos ocurrieron en la colonia San Bernabé, ante los ojos de la hija de ambos y el militar terminó suicidándose.
Unos días antes, apenas el 5 de enero anterior, Filiberto “N”, miembro del Ejército Mexicano, asesina a su esposa y lesiona a su hija a balazos al interior de su domicilio en la Unidad Habitacional Cuatro Vientos, en Ixtapaluca, Estado de México, como resultado de una discusión.
Todos estos casos, como una muestra apenas de lo que sucede contra las mujeres dentro y por parte de miembros de las Fuerzas Armadas, pero hasta ahora sólo en los asuntos de lesiones agravadas o delitos graves porque las denuncias de su personal femenino por acoso y hostigamiento y las de la población femenina contra sus jefes o compañeros soldados por excesos, abusos y ultraje, en un alto porcentaje continúa como queja y recomendación ante las comisiones de derechos humanos, sin acciones concretas.
La forma como la cultura machista permea a las Fuerzas Armadas quedó de manifiesto el 5 de diciembre pasado, cuando se difundió un video de marinos mexicanos que se burlan y parodian el performance “el violador eres tú”, lo que motivó una disculpa por parte de la Secretaría de Marina. Y esto sucede a pesar de la creciente incorporación de población femenina, de las muchísimas labores de capacitación, del cúmulo comprobado de estructura legal para equidad de género.
Las Fuerzas Armadas mexicanas, particularmente los miembros del Ejército Mexicano, acumulan la mayor parte de denuncias de ciudadanos contra instituciones del Estado por actos de poder contra la población femenina. Nada nuevo para quienes a lo largo de la historia han sido conocidos por sus excesos, por “robarse” a las mujeres, por abusar de ellas de manera tumultuaria, temidos en los caminos rurales, las poblaciones y ciudades donde llegan a operativos o se asientan temporalmente.
Han pasado 45 años desde que las Fuerzas Armadas mexicanas iniciaron reformas para la integración de mujeres en sus filas y la violencia contra ellas se repite y aumenta. Desde 1976 a la fecha, la incorporación de mujeres ha implicado una serie de reformas y modificaciones profundas, legales, disciplinarias, físicas en infraestructura, éticas, normativas y un enorme, realmente enorme trabajo de capacitación en materia de equidad y género. No obstante, la cultura machista justamente de quienes son “pueblo uniformado”, como lo refiere el presidente López Obrador, está arraigada en quienes se enrolan en las filas.
Comisiones de todo tipo, a nivel nacional, continental, internacional, incluso la Comisión Europea se ha manifestado en diversas ocasiones con respecto a los abusos cometidos por soldados mexicanos en contra de mujeres y la urgencia de aplicar protocolos. Recomendaciones que han sido tomadas al pie de la letra por las autoridades militares y que, por lo visto, requieren nuevas medida, ajustes y replanteamiento, porque la violencia más grave, el asesinato de sus mujeres, se ha recrudecido.
Visibilizar el tema, admitir el problema, reconocer que lo mismo que padece la sociedad mexicana se sufre en el amplio cosmos de las Fuerzas Armadas, apenas representa la voluntad de mover la losa para que entre un poco de luz.
Es urgente que las Fuerzas Armadas, el sector más machista de la sociedad, realicen acciones para reducir estos picos de violencia contra las mujeres de afuera y de adentro de sus filas. No basta con mover una losa, necesitan quitar las lápidas que han venido sembrando.
Twitter: @Ethelriq
ethel.riquelme.fe@usb.edu.mx