MAURICIO FARAH / SEPTIEMBRE SÍSMICO: CUATRO LECCIONES @mfarahg #Sabadeando
La angustia, el dolor, la pérdida y las impresiones postraumáticas son experiencias asociadas a cualquier fenómeno natural de devastadores efectos.
Lo que difiere, en todo caso, es la manera en que cada sociedad reacciona, tanto de inmediato como posteriormente.
Es cierto que la solidaridad generalizada y el heroísmo anónimo frente a grandes tragedias no son exclusivos del pueblo mexicano, pero no hay duda de que en nuestro país se manifiestan de manera admirable y eficaz.
Ahora estamos obligados a alcanzar también altas notas en las tareas por venir: atención a los damnificados y proceso de reconstrucción.
Entre otras, destaco ahora cuatro de las grandes lecciones y desafíos que nos dejan los terremotos de septiembre:
1. La corrupción mata. La tragedia nos ha vuelto a recordar que la corrupción, además de sus efectos sociales y económicos, es origen de graves riesgos para la integridad física, emocional y patrimonial de personas y familias. Tenemos que reconocer su negativa incidencia en materia de protección y seguridad de la vida humana. Sin eufemismos: la corrupción es capaz de matar y de acabar con patrimonios enteros. Un motivo más, esencial y determinante, para combatirla.
2. Ciencia, tecnología, leyes y reglamentos para construir mejor.
Tanto Héctor Aguilar Camín como Carlos Puig abordaron en estas páginas la semana pasada el conocimiento que ahora se tiene, por ejemplo, del subsuelo en Ciudad de México y cómo podemos arrebatarle a los terremotos gran parte de las consecuencias que regularmente apreciamos como fatales o inevitables. Está fuera de nuestro alcance impedir los movimientos tectónicos, pero sí podemos prevenir y reducir sus efectos a partir de estos y nuevos conocimientos a fin de ordenar la construcción en función del subsuelo, así como asegurar la aplicación de tecnología avanzada mediante normas y procedimientos de supervisión.
Y ello no solo en la capital del país, sino en todas las zonas sísmicas.
3. Programa de reconstrucción y transparencia.
El programa general de reconstrucción que se avecina, y los subprogramas asociados, deben realizarse en caja de cristal, a la vista de todos, para verificar que los montos que se destinen sean directa y eficazmente invertidos para este propósito y evitar tanto desvío de recursos como infracciones a las normas de construcción.
Tenemos que ser pulcros en este sentido. Sin excusa. Miles de familias esperan y merecen la eficacia del Estado en su conjunto, por lo que todos debemos estar comprometidos con el bienestar de los afectados y el impecable manejo de los recursos.
4. La solidaridad, valor con reconocimiento social.
Durante 32 años enaltecimos y aplaudimos una y otra vez la solidaridad de mexicanas y mexicanos mostrada luego de los sismos de 1985. Lo subrayábamos una y otra vez en conversaciones cotidianas, en las aulas, en los aniversarios y en múltiples testimonios escritos y audiovisuales. Fueron tres décadas de reconocimiento general.
Acaso sin estar conscientes de ello, mediante la reiteración logramos difundir eficazmente el valor de la solidaridad. Pocos hechos recientes encomiamos tanto. Y niñas, niños, adolescentes y jóvenes escucharon una y otra vez esta alabanza a la generosidad.
Transmitimos así, poderosamente, una convicción general: la solidaridad era plausible, motivo de distinción, valor reconocido.
Sin demeritar otras motivaciones, tengo la impresión de que la reiteración positiva de este valor fue una de las razones por las que todas y todos, especialmente los jóvenes, estuvieron en las calles día y noche con una enorme disposición a ayudar.
No era que buscaran un reconocimiento, sino que estaban tan imbuidos de una convicción social indubitable que su desempeño fue admirable y en muchos casos heroico.
Lo subrayo porque creo que esta forma de enaltecer y transmitir los valores es escasamente aplicada, sobre todo si la contrastamos con las ocasiones en que por ligereza o inconsciencia subrayamos las acciones de impresentables protagonistas de actos vergonzosos e ilegales, a los que a veces damos excesiva presencia en medios, redes o conversaciones. ¿Y si extrapolamos el método (que tal vez sin querer aplicamos para encumbrar la solidaridad) para enraizar otros valores universales? Quizá la más relevante de las lecciones de los acontecimientos recientes es la que nos sugiere que si queremos una sociedad con valores, fortalecida por principios bien afianzados, debemos ser constantes en reconocer y distinguir las conductas y las acciones que mejoran nuestra convivencia, por ejemplo, el esfuerzo, la honestidad y la generosidad, para que se integren al desarrollo de nuestra niñez y juventud.
*Especialista en derechos humanos y secretario general de la Cámara de Diputados