MÉXICO: CARLOS AGUIAR RETES ES EL NUEVO CARDENAL PRIMADO

@sacroporfano, INTERNACIONAL

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CIUDAD DEL VATICANO.- Carlos Aguiar Retes es el nuevo arzobispo de la Ciudad de México. Viejo conocido de Jorge Mario Bergoglio, guiará los destinos de una de las diócesis con mayor número de fieles católicos en Latinoamérica. Su nombramiento, oficializado este jueves por el Vaticano, abre una nueva época en la Iglesia del país. Se acaba así el largo episcopado de Norberto Rivera Carrera, un pastor que siempre despertó filias y fobias.

Finalmente, el Papa no concedió la ansiada prórroga al cardenal Rivera. Es común que, si el arzobispo saliente está bien de salud a los 75 años, se lo confirme en el cargo “donec aliter provideatur” (hasta que no se provea otra cosa). Una prerrogativa exclusiva del pontífice. En su momento, Benedicto XVI concedió al cardenal Juan Sandoval Iñiguez, arzobispo emérito de Guadalajara, casi cuatro años más de permanencia.

Rivera Carrera cumplió 75 el pasado 6 de junio. Ese día entregó su carta de renuncia en la nunciatura de la Ciudad de México, como lo marca la ley fundamental de la Iglesia (el Código de Derecho Canónico). De inmediato se especuló con su salida, pero esos rumores no se confirmaron. Exactamente seis meses después, el Vaticano anunció el cambio con un boletín oficial, difundido al mediodía de este jueves.

El texto anunció, por un lado, la aceptación a la renuncia a Rivera y, por otro, el nombramiento de Aguiar Retes. Obispo de larga trayectoria. Fino diplomático y pastor con iniciativa, el nuevo arzobispo primado nació en Tepic, Nayarit, el 9 de enero de 1950. Desde muy pequeño ingresó a la vida religiosa. Estudió filosofía en el seminario de su diócesis y teología en Montezuma (Estados Unidos) primero, y Tula (México) después.

Ordenado sacerdote el 22 de abril de 1973, estudió sagradas escrituras en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Entre 1978 y 1991 se desempeñó como rector del Seminario de Tepic. Presidió la Organización de Seminarios Mexicanos. Tras pasar otro periodo en Roma, en 1997 fue designado por el Papa Juan Pablo II como el tercer obispo de Texcoco, diócesis ubicada en el Estado de México. El 23 de mayo del año 2000 sucedió a otro obispo mexicano, Felipe Arizmendi, como secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam).

Entonces inició una meteórica carrera eclesiástica, tanto en el máximo órgano de representación episcopal latinoamericano, cuanto en la Conferencia del Episcopado Mexicano. Entre 2003 y 2007 fungió como primer vicepresidente del Celam, como presidente del Departamento de Comunión Eclesial y Diálogo (2007-2011), y como presidente del Consejo entre 2011 y 2015.

Alternó esas responsabilidades con otros destacados puestos en la CEM. Fue secretario general (2004-2006) y presidente por dos periodos (2007-2009 y 2009-2012). Ya en 2007, Benedicto XVI lo había designado como miembro del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso del Vaticano y en 2009 como arzobispo de Tlalnepantla. Pero hacia el final del pontificado de Joseph Ratzinger su estrella pareció apagarse.

Como presidente de la CEM quedó en medio de un fuego cruzado por la postura de la Iglesia mexicana con respecto a una reforma constitucional sobre libertad religiosa. Una diferencia de posturas con el entonces todavía arzobispo de Guadalajara, Sandoval Iñiguez, afectó sus chances (que entonces eran reales) de convertirse en su sucesor en 2011. Algo similar ocurrió con la Arquidiócesis de Monterrey, cuyo relevo tuvo lugar el 3 de octubre de 2012. Aguiar Retes era considerado un fuerte candidato, pero el Papa finalmente designó a Rogelio Cabrera López.

Las cosas cambiaron con la elección del Papa Francisco. Ambos se conocían de los trabajos vinculados al Celam. En 2007, cuando tuvo lugar la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, Brasil, el prelado mexicano era vicepresidente de ese organismo y Jorge Mario Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, fue elegido como presidente de la Comisión de Redacción del documento final.

Así, el 19 de noviembre de 2016, Francisco lo creó cardenal durante un Consistorio Ordinario Público. Lo eligió, incluso, por encima del arzobispo de Monterrey, una histórica sede cardenalicia. Ese mismo día, antes de la ceremonia en la Basílica de San Pedro, el Papa lo llamó para saludarle y le dijo, simplemente: “Es por todo lo que has hecho en la Iglesia”. Poco después lo integró a la Pontificia Comisión para América Latina.

El nombramiento de este día marca el ocaso del largo periodo de Norberto Rivera Carrera al frente de la Iglesia de la Ciudad de México. Nacido el 6 de junio de 1942 en el Estado de Durango, el 5 de noviembre de 1985 fue elegido como obispo de Tehuacán. Una década después, el 13 de junio de 1995, se convirtió en el arzobispo primado. En enero de 1998, Juan Pablo II lo creó cardenal.

Miembro de diversos organismos de la Curia Romana, entre otros las congregaciones para el Clero y para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, su figura generó encendidas polémicas. Recibió muchas críticas por su pública vinculación y defensa del fundador de los Legionarios de Cristo, culpable de abusos sexuales contra menores, de haber procreado hijos con varias mujeres y otros actos inmorales. En 2006, cuando el Vaticano condenó públicamente al retiro a Marcial Maciel Degollado, Rivera prefirió no pronunciarse.

Ha sido cuestionado (e incluso acusado ante la justicia) por su gestión a varios casos de abusos sexuales a menores. También recibió críticas por sus relaciones de amistad con empresarios y hombres del poder. Al mismo tiempo, cuenta con fervientes defensores entre el clero de su arquidiócesis, quienes responden con convicción las acusaciones y los señalamientos.

Su salida de escena marca definitivamente el fin de una Iglesia mexicana dividida por una “geometría” que se debatía entre el “club de Roma” y el “club de Ginebra”. Caricatura de una separación eclesiástica más propia de la década de los 90 del siglo pasado. Ahora, el desafío es adherir de lleno a una renovación, siguiendo el camino trazado por Francisco.

Pocos días atrás, durante su visita a Torreón, el nuncio apostólico Franco Coppola advirtió: “Hablar o apuntar el dedo hacia los que se portan mal es olvidarnos del fruto de lo que hemos hecho o no hemos hecho nosotros. La Iglesia aquí en México, se encuentra atrasada y ha seguido dando respuestas que eran válidas en el siglo pasado, sin darse cuenta que el tiempo ha caminado”.

Ya lo había dicho el Papa, durante su histórico discurso ante los obispos en la catedral de la Ciudad de México durante su viaje al país en febrero de 2016: “En las miradas de ustedes, el pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huellas de quienes han visto al señor. Esto es lo esencial. No pierdan tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en vanos proyectos de carrera, en vacíos planes de hegemonía, en infecundos clubs de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias. Introduzcan a sus sacerdotes en esta comprensión del sagrado ministerio. A nosotros, ministros de Dios, basta la gracia de beber el cáliz del señor, el don de custodiar la parte de su heredad que se nos ha confiado, aunque seamos inexpertos administradores. Dejemos al padre asignarnos el puesto que nos tiene preparado”.

*Colaboracion especial de ANDRÉS BELTRAMO ÁLVAREZ @sacroprofano lastampa.it

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