PARA ANUNCIAR HAY QUE RENUNCIAR
Ciudad del Vaticano.- Solo una Iglesia libre puede dar testimonio de Cristo. Liberada del poder y del dinero. Sin triunfalismos ni clericalismos. Porque para anunciar hay que renunciar. Con estas palabras, el Papa indicó el principal desafío de los católicos hoy: el desapego. La abnegación en un mundo de consumo y acumulación. No por casualidad, Francisco hizo este llamamiento ante más de 150.000 miembros del Camino Neocatecumenal, esa realidad de la Iglesia que cumplió 50 años de vida y cuyos miembros son capaces de dejarlo todo para ir a los lugares más recónditos del planeta.
«Quien, por su amor, aprende a renunciar a las cosas perecederas abraza este gran tesoro: la libertad. No se queda enredado en sus apegos, que cada vez le piden algo más, pero nunca dan paz, y siente que el corazón se expande, sin inquietudes, disponible para Dios y para los hermanos», explicó Jorge Mario Bergoglio ante una alegre multitud congregada el pasado sábado en los campos de la Universidad Tor Vergata, a las afueras de Roma.
Hasta la misma explanada donde Juan Pablo II encabezó la célebre Jornada Mundial de la Juventud durante el Gran Jubileo del año 2000, llegaron fieles de los cinco continentes. Una alfombra humana coloreada por banderas que parecía no tener fin. Niños, jóvenes, ancianos, matrimonios, familias enteras.
«Todos aquí hemos sido rescatados de una u otra manera», cuenta a Alfa y Omega Víctor Manuel Ayala, un agente de seguros de 51 años procedente de Guadalajara (México), y con un pasado borrascoso. En su juventud pasaba casi todos los días borracho, hasta que su madre lo obligó a ir a una Misa y ahí encontró el Camino. «Así me rescataron del alcohol», añadió, mientras acomodaba una bandera tricolor que portaba en su cuello.
No estaba en primera fila. No saludaría al Papa y, quizás, tampoco lo vería de cerca. Poco antes de su llegada, se ilusionaba con divisarlo desde una pantalla gigante. Nada de eso le molestaba, ni le había impedido afrontar el gasto de un costoso viaje hasta Europa. «La situación económica no está nada fácil, pero lo hacemos con gusto por vivir la experiencia», dice, emocionado.
No muy distinta es la experiencia de Alicia Fierros García, también mexicana, mujer separada que ha perdido a sus dos hijos. Uno de ellos, asesinado; el otro por una grave enfermedad. «Es difícil sobrevivir cuando uno no tiene a Dios en el corazón. Él no nos suelta de la mano y sabe en qué momento llama a cada quien», sostiene, como quien ha encontrado una paz difícil de explicar.
«Hacer discípulos», no «conquistar»
A todos estos rescatados se dirigió Francisco, desde un palco adornado con una inmensa estampa de un cuadro del fundador del Camino, Francisco José Gómez Kiko Argüello. Fue él quien condujo el encuentro con el Papa. Dedicó un tiempo enorme a presentar todas las delegaciones del mundo. Lo hizo hablando una mezcla de italiano y español. Con un gran sentido del humor, y con esa energía que lo hace parecer mucho más joven que los 79 años que ya ha cumplido. Al final, con su guitarra en mano, compartió cantos casi interminables acompañado por la multitud gozosa que pasó por alto melodías y entonación.
En su discurso, el Pontífice instó a los presentes a no dejar jamás de dar gracias a Dios «por su amor y por su fidelidad». Porque, se haga lo que se haga, Dios sigue amando fielmente a todos sus hijos. Por eso, siguió, cuando las nubes de los problemas parezcan adensarse sobre la propia vida, hay que recordar que el bien es más fuerte que cualquier mal.
Luego dedicó algunas palabras a los misioneros. Unos 35 grupos de neocatecumenales que el propio Papa bendijo al final de su discurso y que, en breve, irán a establecerse a distintos países. Constató que la misión es una prioridad de la Iglesia católica hoy y es donar a los demás lo que cada quien ha recibido.
«La misión requiere partir. Pero en la vida es fuerte la tentación de quedarse, de no correr riesgos, de contentarse con tener la situación bajo control. Es más fácil quedarse en casa, rodeado de aquellos que nos quieren, pero no es el camino de Jesús. Él no usa términos medios. No autoriza excursiones cortas o viajes reembolsados, sino que dice a sus discípulos, a todos sus discípulos, una palabra solo: “¡Id!”. Id: una fuerte llamada que resuena en cada rincón de la vida cristiana; una clara invitación a estar siempre en salida, peregrinos en el mundo en busca del hermano que aún no conoce la alegría del amor de Dios», ilustró.
Para viajar, explicó Francisco, es necesario ir ligeros. Dejar atrás «todos los adornos de casa». Porque quien aprende a renunciar a las cosas perecederas es verdaderamente libre. Además, prosiguió, «ir» es un verbo que se conjuga «en plural» y «no es plenamente misionero» quien va solo. «Caminar juntos es siempre un arte que hay que aprender cada día», consideró.
El Papa llamó a tener cuidado, porque el «ir juntos» implica paciencia. No dictarle el paso a los demás. Acompañar y esperar. Como en la vida: nadie tiene el paso exactamente igual al otro. De allí que, en una verdadera misión, nadie debe imponer el propio sentido de marcha, ni aislarse o quejarse por quien camina más lento. El camino de cada quien es distinto, y es importante respetarlo.
Una recomendación precisa, una invitación a misionar desde la sobriedad convencida. Sin proselitismo. Sin imponer ni imponerse. Porque Jesús pidió «hacer discípulos», no «conquistar» ni «ocupar». Dar testimonio como parte de una Iglesia que, antes de ser «maestra» es discípula y «hermana de la humanidad».
«Sed amigos de todos»
«Aquí reside la fuerza del anuncio, para que el mundo crea. No cuentan los argumentos que convencen, sino la vida que atrae; no la capacidad de imponerse, sino el valor de servir. Y vosotros tenéis en vuestro ADN esta vocación para anunciar la vida en familia, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia: con humildad, sencillez y alabanza. Llevad este ambiente familiar a tantos lugares desolados y privados de afecto. Haceos reconocer como amigos de Jesús. Llamad amigos a todos y sed amigos de todos», recomendó Francisco.
El Papa convocó a los neocatecumenales a vivir la misión como «padres», que no ponen en primera fila los aspectos negativos y las cosas a cambiar, sino una mirada que aprecia lo bueno, un enfoque que respeta y una confianza que tiene paciencia.
Y añadió: «Sed apasionados de la humanidad, colaboradores de la alegría de todos, estimados por ser próximos, oíbles por estar al lado. Amad las culturas y tradiciones de los pueblos, sin aplicar modelos preestablecidos. No partáis de teorías y esquemas, sino de situaciones concretas: así será el espíritu quien dará forma al anuncio según sus tiempos y sus formas. Y la Iglesia crecerá a su imagen: unida en la diversidad de los pueblos, de los dones y de los carismas».
Andrés Beltramo Álvarez