REANUDA CARAVANA CAMINATA EN OAXACA

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SAN PEDRO, TAPANATEPEC .– El éxodo de centroamericanos continúa esta madrugada en que los miles de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños dejaron este Municipio, su primera parada en tierras oaxaqueñas, rumbo a Santiago Niltepec, 55 kilómetros más adelante.

Antes de las tres de la madrugada, la caravana, de más de 5 mil personas que entraron a México el 19 de octubre por el río Suchiate, se puso en movimiento, cientos de mujeres y niños fueron subidos a varios vehículos, aunque los demás recorren el camino a pie, descansando cada tanto a un lado de la carretera.

Niños acompañados por sus parientes, bebés en carriolas y familias enteras, incluso un hombre en silla de ruedas que tiene las ruedas destrozadas, buscan llegar a Estados Unidos o a otro lugar con mejores condiciones de empleo.

Es el caso de Sergio Casares, quien en silla de ruedas va buscando una operación en la columna que lo haga volver a caminar. Antes deberá encontrar, quizás en Niltepec, quizás en Juchitán, un repuesto para sus sillas de ruedas que le regalaron en Guatemala.

“(Voy) por la operación y después si ya camino, volver a trabajar”, dice.

Casares no lleva zapatos, porque sus chanclas se las prestó a otro hondureño, César Rodas, quien lo ayuda a empujar la silla de ruedas.

A lo largo de la carretera, algunos migrantes deciden regresar. Hay despedidas y lágrimas en el puente de revisión migratoria a la salida de Tapanatepec.

Alguien le pide agua a los policías mexicanos, pero ellos la regalan solo a quienes se quieren regresar a su país en los camiones que están en la zona.

En el camino, algunos autos y tráileres aceptan dar un “aventón”. Hay empujones y peleas por un espacio. Se busca que mujeres y niños tengan preferencia, aunque muy pocas logran subir a los vehículos.

Tampoco han conseguido espacio Carlos Hernández y su familia, sus niños Carlos y Walter, quienes viajan en una carriola, y su esposa, Karla, que los sigue con las maletas en otra. Hablan de la pobreza de sus países y de la violencia, dicen que la caminata es muy dura, de llagas en los pies, pero casi sin tristeza.

Unos jóvenes llevan una guitarra, los demás cantan una canción de Arjona o de Maná, o aquella que nadie sabe quién compuso: “Ya me voy de mi país/ porque aquí no puedo vivir/ oh, oh, oh, es pa’fuera que va/ oh, oh, oh, es pa’fuera que va”.

Un boliviano con la mano izquierda enyesada, a quien un perro blanco le pisa los talones, se burla de la debilidad de los centroamericanos.

Pasan los camiones atiborrados de migrantes, los demás les gritan “haraganes”, pasa Sergio en su silla de ruedas empujada por César y sus chancletas prestadas: “¿haznos espacio, compa, para dos más”, le gritan los demás.

Faltan ocho horas a pie, mientras el Istmo de Tehuantepec se comienza a calentar.

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