RETROVISOR POLÍTICO / LOZOYA Y EL SALPICADERO @ivonnemelgar #Domingueando mujeresmas.mx
El guion del exdirector de Pemex ha resultado un banquete para la narrativa gubernamental de que nada del pasado inmediato es rescatable, la animadversión contra el expresidente Calderón, el PAN, sus gobernadores y Ricardo Anaya.
El presidente López Obrador tiene razón: la historia de Odebrecht en México es más emocionante y taquicárdica que una serie de Netflix.
La temporada de esta semana ha tenido la picaresca de su autor: un vengativo Emilio Lozoya dispuesto a romperle la reputación a su exjefe Luis Videgaray.
Se trata de un libreto que da sustento al repulsivo video de las bolsas de billetes y con el que se busca probar que Odebrecht compró el voto del Congreso a favor de la reforma energética.
Es una temporada que bien podría llamarse Odebrecht, el salpicadero mexicano, y que, de tomarse en serio, obligaría a investigar a los tres expresidentes señalados: Carlos Salinas, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. ¿Está preparado el fiscal Alejandro Gertz Manero para entrarle?
Si bien la denuncia refiere las supuestas transas que se diseñaron en Los Pinos, Lozoya diluye esos desfalcos de los que fue partícipe en una trama de víctima que repartía sobornos a legisladores panistas y aguantaba los desplantes y la frivolidad de sus jefes.
Amparado en el criterio de oportunidad que, a cambio de información, ya le ha dado el beneficio de la prisión domiciliaria, el guion del exdirector de Pemex ha resultado un banquete para la narrativa gubernamental de que nada del pasado inmediato es rescatable, la animadversión contra el expresidente Calderón, el PAN, sus gobernadores y su excandidato presidencial, Ricardo Anaya.
Es un guion que puede indigestar a la Fiscalía y contaminar la investigación trunca desde 2017, confirmando a México, una vez más, como el paraíso de la impunidad, en contraste con la decena de países donde ya se castigó con cárcel a mandatarios, ministros y congresistas que disfrutaron del financiamiento electoral de Odebrecht a cambio de oscuros negocios. Porque ese es el tema de fondo que la salpicadera de Lozoya minimiza y desplaza: hubo dinero ilegal en la contienda de 2012.
Así lo documentó Santiago Nieto, removido a la mala en octubre de 2017, cuando el gobierno de Peña Nieto se dio cuenta de que el fiscal electoral estaba investigando al funcionario mexicano del que hablaban los extorsionadores de Odebrecht en Brasil.
Como lo escribió en su libro Sin filias ni fobias (Editorial Grijalbo 2019), el ahora titular de la Unidad de Investigación Financiera de la SHCP supo que “el gigante brasileño realizó pagos indebidos por la cantidad de 10.5 millones de dólares a funcionarios de Pemex entre 2010 y 2014, en particular a un personaje siniestro: Emilio Ricardo Lozoya Austin, director de la paraestatal mexicana, quien recibía los recursos para el apoyo a la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto. Pero no se trató del único soborno. Lozoya recibió otros 6 millones de dólares, que llegaron incluso a entregarse durante el proceso electoral 2014-2015”.
El testimonio de Santiago Nieto cobra relevancia hoy que el frenesí gubernamental en torno al guion del “personaje siniestro” parece olvidar que “los depósitos fluyeron sin barrera alguna entre 2010 y 2016” y fueron a parar a las contiendas de Chihuahua, Veracruz, Quintana Roo y el Estado de México “aun antes de la elección presidencial de 2012”.
El actual titular de la estratégica UIF tiene la ruta de la manera triangulada en que Odebrecht le pagaba a Lozoya, desde una cuenta en Suiza a una empresa en las Islas Vírgenes, relacionada con otras firmas en México y en las Islas Caimán. Y la tesis de que la corrupción debe desmontarse donde inicia: en el financiamiento ilegal de las campañas.
Escrito a propuesta de Marcelo Ebrard, según contó Santiago Nieto en una presentación, Sin filias ni fobias es lectura obligada para entender qué tanto puede contaminarse con otros fines la investigación original de Odebrecht y las transferencias para elecciones locales de 2010, 2011, 2014, 2015 y 2016.
Al final de ese capítulo, después de contar cómo pasó de perseguidor a perseguido, el ahora responsable de pescar a los lavadores de dinero comparte una pesadumbre que bien podría reeditarse ahora: “La impunidad había triunfado. Lozoya no sería investigado. Pero fue una victoria pírrica. Peña Nieto pasará a la historia como el presidente más corrupto de la era moderna de México. Reivindicó a López Portillo, a Echeverría y hasta a Alemán”.
En otro capítulo de necesario consumo, el exfiscal electoral cuenta cómo el gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, quiso extorsionarlo a cambio de no ponerle lupa a los comicios estatales. Es un episodio tan revelador como el de Lozoya, justo ahora que la nueva temporada de videosescándalos incluye el de David León, operador político de ese mandatario estatal, con Pío López Obrador, hermano del Presidente, a quien le entrega aportaciones en efectivo.
Y es que así es la salpicadera de la corrupción, como una serie: a veces intensa, entretenida, aleccionadora. Y otras encierta, decepcionante, una pérdida de tiempo.