SAN SALVADOR #JuevesDeMasColumnas @feraguirrermz

COLUMNA, NACIONAL, POLÍTICA

El Salvador se hizo escuchar en el marco del debate general del 78º periodo de sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. Su presidente, Nayib Armando Bukele, pronunció un discurso corto, pero con importante carga emotiva que, mientras articulaba, me provocó dos cosas simultáneas: querer conocer los bellos paisajes naturales que describía sobre su país, todo ello en un entorno de paz y seguridad, y desear que algún día se hable de México, como una historia de éxito que mejoró sus índices de violencia e inseguridad.

En un tono parsimonioso, el presidente salvadoreño expuso muy orondo el por qué su país —el más pequeño del continente americano— pasó de ser la capital mundial de los homicidios y uno de los más peligrosos, a ser el país más seguro de América Latina. Incluso, aseveró, que a nivel hemisferio, El Salvador ya le disputa el trono a Canadá.

Difundir que el país centroamericano tuvo 365 días sin homicidios después de padecer un promedio diario de hasta 30 muertes, supone que se trata de una falacia o el clásico discurso triunfalista de un gobernante, pero las cifras de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) confirman la tendencia a la baja de este delito. Atrás parecen quedar las cifras escalofriantes como las del aciago 2015, que registró seis mil 656 homicidios.

La receta, según Nayib Bukele, no es otra que la de crear su propio método. Dijeron adiós a las fórmulas impuestas por países y organizaciones desde el exterior y decidieron diseñar algo acorde con su propio contexto, “creado por nosotros los que vivimos en carne propia esta realidad”. Así, desde el primer día de su administración, se decidió atender el tema prioritario del país centroamericano: la inseguridad.

Se depuró al ministerio público, la fiscalía, el órgano judicial y el sistema carcelario. Se implementó el llamado “Plan Control Territorial” o la “Guerra contra las pandillas” y se estableció el régimen de excepción. Como nunca se había visto en sus 202 años como país, un gobierno decidió tomar el toro por los cuernos en una problemática que parecía arraigada.

Por supuesto que las reacciones a la política de seguridad bukelista no se hicieron esperar, tanto al interior de El Salvador como de organizaciones internacionales y algunos países que se mostraron preocupados por las detenciones masivas, las violaciones a los derechos humanos, las condiciones carcelarias y todo lo que en redes sociales y medios de comunicación empezó a difundirse.

Para el presidente salvadoreño, el fin ha justificado los medios, “nos condenaron y criticaron por cada una de las decisiones que tomamos en su momento, hubo un gran debate sobre el tema, pero éste se acabó porque tomamos la mejor decisión y lo conseguimos en tiempo récord”, afirma vencedor.

 

 

Pero hay algo que inquieta a futuro y es el posgobierno de Bukele. Sobre todo, porque al focalizarse sobre la inseguridad, pareciera que se hicieron de lado otros temas no menos prioritarios, mismos que confirma el propio mandatario en su ponencia,  “…poco hubieran servido los esfuerzos para mejorar la salud, la economía, si se estaba matando a nuestra gente, y los jueces y fiscales dejaban libres a los asesinos… de poco servía transformar la educación, si desde las mismas cárceles las pandillas daban órdenes para matar cobardemente a nuestra niñez y reclutar forzosamente a nuestra juventud…de poco servía invertir en infraestructura sin poder caminar tranquilamente”.

Nayib Bukele tiene todo para reelegirse en 2024, respaldo popular y cero contrapesos políticos. Quizás un segundo periodo le permitirá consolidar de forma integral de su estrategia de seguridad al tiempo que atienda otras urgencias del país, todo ello sin caer en la tentación de postergarse en el poder que ronda por los pasillos de la Casa Presidencial de El Salvador.