SEXTANTE: # / FEDERICO REYES HEROLES, #MartesDeColumnas EN @Excelsior

COLUMNA, NACIONAL, POLÍTICA

Pareciera un intangible, pero no lo es. De hecho, nos acompaña desde que cobramos conciencia, si lo conseguimos (cobrar conciencia). Podemos luchar por ella durante décadas y… perderla en un instante. Al final de la vida, nos define. Se llama dignidad.

Curiosamente, la Real Academia, surtidor sin duda de mucha sabiduría, creo que en esto no acierta. Su primera acepción dice: “Cualidad propia de la condición humana de la que emanan los derechos fundamentales…”. Lamento decir que no es cualidad innata, no está en la naturaleza humana. Ahora es una de las piedras de toque de los derechos humanos. Definimos que el ser humano lleva –por el simple hecho de haber nacido– el derecho a la dignidad. Pero los derechos humanos son en sí mismos una de las más venturosas construcciones culturales del propio ser humano.

Imposible que todo pueda resumirse en una definición. Imposible, porque cada ser humano enfrenta retos diferentes. Es ante ellos que debe actuar con dignidad. Entonces, hay otra dignidad, ésa que se ha ido definiendo con ejemplos desde la muerte de Sócrates o la obra de Aristóteles: “Hacer frente a los designios de la vida es lo que nos convierte en seres humanos dignos”. Son los ejemplos de vida como Gandhi o Mandela los que más ayudan a descifrarla. La dignidad se expresa en decisiones y actitudes concretas. Sólo así existe en la realidad. Pero los retos a los que nos enfrentamos los mortales comunes y corrientes no tienen la dimensión de aquellos dilemas que vivieron estos personajes que definieron a sus naciones. Nuestros dilemas son mucho más modestos, pero son lo más importante en nuestras vidas.

Es un lugar común decir pobres, pero dignos, para referirnos a una actitud que, es cierto, está presente en muchas de las etnias originales y que ha sido heredada y cultivada. Bien por ello. Pero, en paralelo, el amplio reinado de la indignidad ha ido creciendo. Octavio Paz lo advirtió en El laberinto de la soledad: “La mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente”. La idílica imagen del mexicano digno se viene al suelo. Popper gritaría, eso es falso. En los últimos días hemos tenido un vistoso y colorido desfile de indignidades, de carencia absoluta de un orgullo sano, como la definen algunos autores.

Un expresidente de la Corte, que fuera un jurista liberal brillante, en los hechos viola la Constitución que lo mandataba a seguir como juzgador por un tiempo y, sin ningún reparo, se convierte, en cuestión de horas, en porrista de un partido. Fue el mismo individuo que guardó un silencio sepulcral cuando el Supremo intentó prolongar su mandato, lo cual, además de ilegal, era una afrenta al espíritu de relevo de ese órgano. Pero más allá de las normas, de los ministros se espera una distancia obligada del poder, así lo establece la propia Constitución. La única causa grave, como dijera Diego Fernández de Cevallos, es haber traicionado a la Corte.

Y qué decir del “hombre de Estado” que, vapuleado como aspirante a coordinar la 4T, se subleva, pero no tanto. Grita, pero no demasiado, y, al final, se queda. O de los gobernadores que entregaron su plaza y, al final, aceptan una embajada. Por qué no, que siga el desfile. Qué decir de las pintas #ES fulana o perengano. Pero, caray, quién dijo que era. Si ya la figura del dedazo era ofensiva, #ES proviene de los cielos. En la encuesta #ES. El bueno #ES. Pero si no hemos opinado, no han dicho qué proponen y del más allá nos dictan el resultado. Para expresiones autoritarias, quedará el #ES en la cúspide. En la encuesta ratifica lo que ya te dijimos, en las urnas acuérdate de quién es el elegido.

Y qué decir de todos los legisladores que aceptan sólo levantar la mano en lugar de utilizar su cerebro e imaginar algo diferente. Ofenden su función, se ofenden a sí mismos. Son la generación hashtag, que necesita ser organizada en la discusión. No tienen individualidad ni dignidad. Esperan la sentencia y… acatan.