TLAHUELILPAN: LA NOCHE TRISTE @adridelgadoruiz #ParaIniciarLaSemana
Tlahuelilpan es pueblo, campo, niños jugando sin camisa, campesinos y comerciantes, fiebres de insomnio, penurias y delirio de esperanza. Lugar de veneración del santo patrono, San Francisco de Asís, la pobreza parece ser así, franciscana. La devoción es popular, pero los demonios también se sueltan.
Este municipio tiene 19 mil habitantes, 55 de cada 100 son pobres y siete de cada 100 extremadamente pobres. 80 de cada 100 personas viven por debajo de la línea de bienestar. La tierra da algo de maíz y alfalfa. En los días de la tragedia, el mayor problema era que había desabasto de gasolina para transportar productos para la venta. Además, parecía valer la pena el riesgo de sacar algún bidón de combustible para revenderlo. El huachicol es reflejo del recelo entre la gran economía de la industria de los hidrocarburos y la distribución de la riqueza que no salpica mucho por aquí.
Los tlahuelilpeños tienen mucho en común con los macondianos del realismo mágico salido del maestro García Márquez. En esta localidad hidalguense, la herencia otomí todavía se nota en la cestería. Canastos, ayates, curiosidades de penca de nopal y carrizo, tejidos de fibra de ixtle y de hoja de palma que dan forma a carpetas y decorados. Visos de que un tiempo pasado y lejano fue mejor.
En el municipio hay 12 escuelas primarias, tres secundarias y alguna de nivel medio superior y superior. Sólo hay 12 médicos; una gasolinera y 40 policías municipales. Aquí falta de todo.
Hoy tenemos claro el gran riesgo de muerte y de quemaduras extremadamente graves que ocasiona una actividad como el saqueo ilegal de combustible. El asunto va mucho más allá de un incidente agravado con la falta de precaución y de sensatez de una comunidad. La tragedia de Tlahuelilpan, como todas las que suceden en el país, es un reflejo de nuestra sociedad entera.
Poza Rica, en el norte veracruzano, fue construida con la bonanza de los años de la época dorada petrolera. Por debajo de sus calles pasan ductos de hidrocarburos y hay colonias en donde cada tres o cuatro casas hay un terreno con un pozo. Vivir en el riesgo. ¿Qué tan preparados estamos para enfrentar este tipo de tragedias en cuanto a protección civil y unidades médicas de urgencia?
Según la página de internet del gobierno, en la CDMX hay cinco hospitales que tienen unidad de quemados. En Veracruz, tres y en Chihuahua, Edomex, Michoacán, Nuevo León, Sonora, Tabasco, Tamaulipas y Tlaxcala, sólo uno. Eso es todo. En las instituciones hospitalarias del IMSS y el ISSSTE también hay algunas con unidades de esa especialidad pero son igualmente pocas. De ambulancias especializadas y suficientes para traslados, mejor ni hablamos.
La Secretaría de Salud tiene un Centro Nacional de Investigación y Atención de Quemados, con especialistas y equipo de vanguardia. Esfuerzo loable pero tan insuficiente que tiene sólo 26 camas. Los números más recientes nos dicen que cada año hay unos 200 mil mexicanos que sufren quemaduras, de ellos 15 mil requieren hospitalización y 600 mueren por el accidente y sus secuelas.
Más infraestructura médica, más equipos de emergencia, menos pobreza, más atención social y desarrollo económico. Es mucho lo que hay que hacer. La tragedia ilustra cómo los programas de seguridad pública y prevención pasan por todas las aristas de la vida cotidiana.